He visitado en tres oportunidades este restaurante, bastante espaciadas en el tiempo, para confirmar en cada visita parecidas sensaciones, es un japonés que tiene toda la vida funcionando y que goza de reputación labrada durante décadas pero que personalmente me provoca claros y oscuros, logra éxitos en platos cocinados combinado con decepciones en donde nunca debería fallar un nipón que se precie: la calidad del pescado crudo para los sushis, sashimis y makis.
El perfecto estado de conservación de una materia prima tan delicada debe ser la mayor preocupación de un restaurador de este tipo de comida y en mi caso, exigente hasta la saciedad en lo que a frutos del mar se refiere, nunca han logrado transmitir perfección en la presencia, textura y sabores del pescado crudo, ese "pero" que me deja al salir me impide agendar retornos en el corto y medio plazo.
El lugar es acogedor como un restaurante de barrio de Toquio en la década de los ochenta, con una discreta sensación de decadencia que no le perjudica, le aporta un valor de tradición. En todo caso queda penalizado por un servicio poco entusiasmado por apoyar al cliente en la selección de una carta que es inmensa y variada, tanto que requeriría de un buen cicerone que nos permitiera adivinar donde se esconden los tesoros culinarios. A falta de consejos solo queda la toma de decisiones a riesgo, algunas exitosas, y muchas que no logran extraer un "mmm" de mi boca.
Ese es el vaivén que siento en Matsuei, un quiero y no puedo, un puedo y no quiero que acaba cercenando la satisfacción de este comensal. Ante la escasa oferta de japoneses tradicionales y el exceso del modelo "californiano", es obligado retar a sus propietarios a convencerse de que ya hicieron lo más dificil, sobrevivir por décadas y adquirir una reputación legendaria, ahora les queda lo más fácil, recuperar la solvencia y exigencia en el presente para lograr la eternidad y un día. En ese día me tendrán de nuevo brindando con un ruidoso "Kampai"
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