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Esta imagen no es más que una obviedad para aquellos que saben de nosotros, de Yann Duytsche y de mí persona, de dos amigos que se quieren desde tiempos de universidad, primeras experiencias profesionales y de la vida adulta. Amigos desde aquella Barcelona que vivía su año olímpico en 1992, inseparables desde entonces a pesar de las distancias geográficas a las que la vida nos ha llevado, enlazados como compadres desde que nació Francesc porque además de ser amigos, nos consideramos una familia y en el resto de nuestras familias, la de Yann, la de Cris, la de Selva y la mía, sentimos esas profundas raices, irromplibles, cómplices, naturales.
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La fotografía nos muestra el libro "Diversiones Dulces" de Yann rodeado de sus turrones, el libro de Montagud Editores data oficialmente de 2007 pero para Yann Duytsche esa fecha es solo el final de una lenta cocción que tiene casi tantos años como nuestra amistad, ¡Cuantos años hablamos de ese libro!, ¡Cuantas horas le dedicamos al concepto!, o mejor dicho, cuantas veces él giraba y giraba sobre el sentido docente que quería imprimir a la obra y yo, voz amiga, voz crítica o simplemente hombro para que el compadre se relajara en su obsesión.
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El es y fue el único dueño de su obra, pero siento que viví todo aquello como un fiel Sancho Panza y me regaló la oportunidad de asistir a aquella explosión de saber gastronómico sentado a su lado hasta que la llamada de Venezuela se me antojó como el pecado más dulce de mi vida. En aquellos tiempos Yann fue la motivación final para un cambio de vida profesional, algo que confieso en este momento de dedicatoria, las campañas de publicidad, los proyectos de marketing, identidades corporativas, las estrategias de fidelización de clientes de supermercados o clubs de automovilistas dejaron paulatinamente de interesarme.
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En realidad lo que me apasionaba era descubrir nuevos restaurantes, asistir como comensal a las mesas que rompían moldes, probar más y más vinos, saber de todo, disfrutar del paladar, dejar emerger definitivamente quien quería ser por el resto de mi vida, más bien, liberar quien fui desde siempre... un esclavo del paladar. Quizás fue Yann el primero que me regaló ese crédito y confianza para transformar los instintos del gourmand en base analítica, estudio, exigencia y conocimiento como traje a medida para encauzar las pasiones que son la base energética desde donde construir identidad.
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Con Yann fueron visitas a los mercados, viajes, apuntes y textos, pruebas, ensayos, errores, postres en el plato, en la copa, en la mano, y producto, bajo el conocimiento ejemplar de la materia prima, con sus valores y sus límites, con el sentido común del uso, el instinto del protagonismo de prima dona o de actor de reparto en cada ingrediente. Lo aprendí de él y consolidé toda aquella filosofía gracias al esfuerzo por trasladar la síntesis de su verbo en lectura para terceros en los textos de su libro.
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Hombre que es ejemplo de la cultura de la moderación, de la honestidad de los sabores y el comportamiento en la vida, de los contrastes y texturas entre chocolates y frutos, temperaturas y envoltorios, clarividencia absoluta entre lo que es esencial, lo que es superfluo, complementario y, al fin, aprender a descartar lo innecesario y a repudiar lo banal.
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Yann Duytsche es una rara mezcla entre la Francia oscura y fronteriza del Mar del Norte, la del pueblo de La Couture al lado de Lille, y la Barcelona mediterranea, alegre y cosmopolita que a él le tocó vivir desde aquel lejano 1992 y hasta hoy en forma de esposa, hijos y cultura que se pega sin que te des cuenta. Hombre sosegado y de unas formas exquisitas en el trato, es todo lo contrario a un ser empalagoso, para ser el rey del mundo dulce es increiblemente selectivo en sus gestos y palabras, un anti heroe de la comunicación verbal que reserva su talento para ser volcado en su obra, sea la docente para la que es solicitado en cualquier rincón del plantea o para la material, el dulce que cada día los afortunados ciudadanos de los alrededores de Barcelona pueden adquirir en su pastelería Dolç de Sant Cugat del Vallès.
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Hoy, 7 años después de trasladar la vida y la familia a América Latina, por primera vez tengo al amigo junto a mi, en Panamá, transformado en lo que da sentido a su vida, su obra, que por causa de las tradiciones del mundo en que vivimos y la época del año en que nos encontramos, le llamaremos "turrones", pero en realidad, son ejemplos de como la belleza se puede transformar en un ladrillo dulce, en poco más de 100 gramos sublimes para nuestros sentidos.
Nos comeremos los turrones, los afortunados en esta breve posesión los recordaremos todo el año, mientras Yann Duytsche siguirá siendo el Cyrano de Bergerac de la pastelería, la voz y las manos que tantos profesionales del mundo quieren tener cerca, ni que sea por unas pocas horas de asesoría, para tener las claves que transforman en un obrador la prosa en poesía y, yo, fiel amigo y posiblemente una de las voces más críticas que tenga el artista, seguiré insistiendo en que no he visto hasta el día de hoy talento más grande en una pastelería y a la vez perfil humano menos especulativo e interesado en trascender en el mundo de estrellas michelin y reputación mediática que nos ha tocado vivir.
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Sigue, Yann Duytsche, fiel a su causa, artista solitario que prefiere andar a lomos de su Harley gozando cada curva de la carretera mientras inventa un nuevo sueño de chocolate con el que ponernos a llorar de emoción.
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