La Plaza Bolívar es uno de mis rincones favoritos de la capital panameña, tiene una magia especial, nos hace sentir de forma abrumadora el carácter del Casco Antiguo y desata la imaginación de como era la vida en Panamá cuando todo lo relevante sucedía en las calles y plazas de intramuros.
En plazas como Bolívar, Catedral o Plaza Francia se ha escrito la historia de este país, como bien retrata el libro de Juan David Morgan "Entre el Cielo y la Tierra", en cada ocasión que visito estos escenarios no puedo evitar evocar su peso histórico y considero un privilegio sentarme a cenar en alguna de las terrazas del perímetro de la plaza.
Ego y Narciso no es nuestra primera opción, pero no por su calidad gastronómica, si acaso por una oferta más pensada para la cena en pareja y el encuentro entre grupos de adultos y nosotros solemos visitar el casco con los niños y buscamos mesas para contentar a toda la familia.
El lugar es sofisticado en su interior y muy ameno en la terraza, son diestros en la preparación de buenos cocteles y se nota que hay una mano sensible en este proyecto, incluida la cocina.
Al haber disfrutado de noches con amigos, hemos podido degustar con amplitud la carta y ningún plato decepciona, todos tienen "algo" que los hace distintos y originales como si el chef andara en un periodo de incubación para lograr satisfacer a visitantes de todo origen y condición sin dejar de intentar expresar su íntima creatividad.
Estoy convencido que logra apasionadas reacciones en muchos gastrónomos exigentes, en mi caso aún no se me ha puesto la piel de gallina ni he soltado onomatopeyas, y no se trata de una crítica, más bien impotencia ante la evidencia de saber que hay talento como para alcanzar el cénit en un plato pero en el último instante, ante la presión del arte, dar una pincelada más, un giro innecesario, una exageración ante la duda para errar en el equilibrio final, en la emoción.
Está cerca del final del laberinto el artista y seguró lo logrará.
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