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Comer 3 veces en poco más de una semana en un restaurante debe suponer un halago que poca explicación más requiere. Como barcelonés de nacimiento, el nombre del lugar ya resultaba a priori llamativo, pero a la vez me causaba recelo y temor que no fuera a dar la talla y mi amada ciudad quedara asociada en Panamá a una gastronomía que no fuera a mis ojos reconocible. Como en otras ocasiones, estaba equivocado, tardé demasiado en visitar el lugar para romper en una sola sentada mis prejuicios.
La primera buena noticia fue saber que el chef ejecutivo, Daniel Bausà, es barcelonés y que en mi ciudad estuvo al frente del restaurante de un hotel mítico en la montaña del Tibidabo desde donde se disfruta de las mejores vistas sobre la ciudad condal.
La segunda noticia buena, en definitiva la más importante, es la conquista del paladar que tapa a tapa, plato a plato, fue creando emoción por unos sabores que son los de mi tierra natal, raices, costumbres, recuerdos, vida, sábados de primavera sentado en una terracita frente al mediterraneo, inviernos al calor de una chimenea, momentos, costumbres, gustos que me pertenecen como la piel, como el alma.
En las 3 sesiones he pedido casi todo lo que ofrecen por tapas y he repetido mis favoritas: patatas bravas, pimientos del piquillo rellenos de brandada de bacalao, langostinos al "ajillo" (al ajillo de España), hongos salteados, costillitas de cordero con all i oli y tomate, croquetas, montaditos... todo ello presentado en unas pequeñas ollas de hierro colado que mantienen el calor de la comida. Presentación de vanguardia, tapas de toda la vida revisadas con el toque mínimo de modernidad que requiere el lugar pero sin perder esencia.
Este es el formato que me gusta: terracita, platos en pequeñas porciones (los precios son justos) que me permiten un largo y variado viaje en el paladar, tomar el vino por copas y acabar con un gin & tonic o un diplo sour mientras la tertulia se pone buena. ¡Barcelona és bona si la bossa sona!
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