Hace un año escribí mis impresiones crìticas sobre el estado de conservación de los sitios históricos localizados en la Costa de Colón declarados como patrimonio de la humanidad, tanto el Fuerte de San Lorenzo del Chagres como los castillos y fortalezas de la Bahia de Portobelo. Desgraciadamente no puedo modificar mi posición pasado este año, quizás aún este testimonio es más triste y desolador ya que en enero regresamos a San Lorenzo y hace dos semanas a Portobelo, nada se ha hecho por la mejora o conservación de las ruinas y aún peor, Portobelo sufrió deslaves antes de navidad provocados por las fuertes tormentas decembrinas y uno de los fuertes hasta entonces mejor conservados fue practicamente destruido por el alud de piedras.
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Este abandono del patrimonio histórico de Panamá en su costa caribeña contrasta cada día con más fiereza con los sitios protegidos de Ciudad de Panamá, cada día el Casco Antiguo presenta nuevas rehabilitaciones y se avanza hacía una recuperación casi completa del barrio, al otro lado de la bahia, las ruinas de Panamá Viejo presentan un aspecto decente, pulcro y perfecto para la visita turística y durante este año además ha servido de escenario para conciertos y recitales al aire libre con la estampa de fondo del viejo campanario de la catedral más antigua de la América continental.
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Durante los últimos meses he leido en la prensa diaria noticias sobre las intenciones de recuperar y dar nuevos usos turísticos al enclave del Parque Nacional de San Lorenzo del Chagres y conversado con personas directamente interesadas en participar en estos proyectos. Pero por el momento no se ha avanzado más allá de informes y presupuestos y cada día que pasa es un nuevo golpe en la linea de flotación de estos bienes de la humanidad.
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Sirvan estas lineas como fotografía de una tristeza cultural, cuesta mucho encontrar una mano que pueda levantar de la hierba un cañón del siglo XVI, mientras en la capital siguen creciendo rascacielos. La pujanza y el bienestar económico y social de un país no puede estar reñido con el cuidado de sus bienes inmortales.
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Dentro de 100 años casi todos los rascacielos que hoy diviso desde mi ventana no existirán, otros se habrán levantado en su lugar, mientras, un siglo después, el mismo cañón del pirata Henry Morgan seguirá siendo cobijo de ratas y lagartijas, quizás para entonces nuestros nietos no sean capaces de localizarlos entre una maleza y hierbajos que habrán crecido más alto que el más alto de los rascacielos capitalinos.
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