El chef de este restaurante en su haber tiene 2 casos de éxito que no pude experimentar por ser anteriores a mi residencia en Panamá. Pero algo me llamaba la atención: los estudios en Sant Pol de Mar en mi Barcelona. He conocido en este continente a otros jóvenes egresados de esta institución y sin excepciones su cocina forma parte de mi agenda de visitas frecuentes gracias a un elevado listón de calidad y exigencia que colma mis aspiraciones.
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Castrellón se suma al pedestal de mi ocio gastronómico porque su cocina tiene alma mediterranea en lo que a vanguardia ibérica se refiere y en el trato casi místico hacia las materias primas, pero también es caribeño en lo irreverente de las combinaciones y contrastes, en el uso de ingredientes autóctonos y en una "alegría" sobre el plato que reconozco ya como parte de la magia que supone elegir estas latitudes como escenario de vida.
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Este Mario, panameño con aire barcelonés, es el yin y el catalán que les cuenta esta historia, que empieza a sentir la murga panameña como propia, se sienta a la mesa como el yang dispuesto a una lucha sin perdedores: él se gana la vida en lo que le gusta y yo como con gozo y gula desenfrenada.
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Podremos criticar la escasez de comida de sus entrantes (pido 2 carpaccios de entraña), el mal día cuando el chef se ausenta (no lo he vivido), el desorbitado precio de las "sugerencias" (lo de la pinza de cangrejo no estuvo bien) o el margen exagerado en los vinos (raciono el consumo para no pedir la 2a botella)...
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Nos encanta criticar, pero en este caso son infimas las maldades y grandes los premios al elegir una noche en la opera de Castrellón. Es uno de los 3 tenores del escenario gastronómico panameño, para mi es Josep Carreras (ustedes deciden quien es Pavarotti y Domingo) por su delicadeza, sensibilidad, poesia: la máxima expresión en un plato sin la necesidad de entonar el do de pecho... puede interpretar a Puccini en el teatro del mundo que desee, pero tenemos suerte de que viva en Panamá.
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