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una pregunta esperada en navidad

Estuve todo el día en nuestra tienda de vinos, atendí a los visitantes como cada día de este mes de diciembre. Esperaba poder tener unos minutos de sosiego para escribir el cuento de navidad de este año tal y como he hecho en los años anteriores. Ninguna idea, ni inspiración sobre el tema, solo pequeños fragmentos que no llevaban a nada consistente. Simplemente desistí.
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Conversé con mi familia por skype cuando terminaban la cena de nochebuena, con deseos de estar ahi con ellos. Nos recogimos en casa con mis suegros y la nochebuena se tiznó del sabor venezolano de las hallacas y el pernil. Los niños fueron protagonistas por aceptar con grado el menú adulto y jugamos largo rato hasta el punto de que mi hijo pequeño me rompió la nariz por ser yo el malo en su historia de Indiana Jones. De mi nariz partida por los cartílagos de las fosas nasales hicimos más juego por el supuesto dolor que me causaba el accidente. En realidad no duele, solo es escandaloso el moratón.
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Hace un año tuve a mis padres en Panamá, después de celebrar el "caga tió" navideño (el tronco que caga regalos la noche de navidad después de alimentarlo durante diciembre) y los reyes magos, mi madre me advirtió que posiblemente era la última navidad en que los niños, principalmente mi hija mayor, disfrurarían de la magia inexpicable de estos fenómenos porque estaban en la edad de dejar de creer.
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Tomé esta advertencia muy en serio. Transcurrió el 2010 sin riesgos ni preguntas, llegó diciembre y seguimos la liturgia hasta esta noche. Mi madre me avisó todo el año de que si mi hija me hacía la pregunta clave: "¿Papá, existen los reyes magos?", no podía mentirle, tenía que decirle la más dolorosa de las verdades con las que se puede enfrentar un niño que cree en los mundos mágicos: "no hija, somos los papás los que traemos los regalos" o algo por el estilo. A mi me pasó a la edad de mi hija y cuando hice la pregunta mi madre asintió y me pidió que guardara el secreto para que mi hermano menor pudiera mantener su estatus de inocencia durante un tiempo extra.
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Cuando mi madre me confesó aquella verdad que yo sospechaba sentí que algo muy sagrado moría para siempre en mi corazón. Podría asegurar que aquel fue realmente el paso fronterizo entre la infancia y la vida adulta. Hasta entonces sentía a Dios como un adulto inalcanzable y bondadoso cuyo hijo era un niño como yo con el que mantenía una amistad secreta. Los reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar eran de algún modo la prueba irrefutable de aquellos vínculos de fe e imaginación.
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No existió nada más sublime que el amanecer de un 6 de enero antes de los 8 años y ver el salón de casa lleno de regalos para mi y para la familia donados por aquellos seres mágicos. A mis ojos era una borrachera de sensaciones, gratitud, plenitud, felicidad absoluta... en aquella catarsis de generosidad mágica existía la fe, la victoria de lo inexplicable, una bocanada divina que triunfaba por una sola noche en un entorno cotidiano. La noche de reyes y su despertar eran para mi la muestra de que los milagros eran posibles y de que Dios realmente estaba cerca de lo tangile. Todo aquello terminó en una sola tarde, cuando a la pregunta mi madre, con mirada amorosa y sensible, pero con un tono compasivo confirmaba mis temores: "Somos los padres"
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El deseo de salvaguardar la información para mi hermano pequeño y la sensación de la victoria de la inteligencia sobre la imaginación fueron incialmente complacientes pero en lo más íntimo sentí el primer suspiro de mi vida, un dolor por una pérdida tan profunda como aquella que se pueda sentir por un familiar cercano: Todo aquello que mis propios ojos habían cerciorado año tras año: la llegada de los reyes magos a mi ciudad, cargados de presentes y acompañados por un enorme séquito de colaboradores, el amanecer con los restos del paso por el hogar de los reyes y los canellos, todo lo que vi era mentira, un gran invento, un montaje justificado de "los mayores" para acrecentar la fe de los pequeños por la magia.
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Descubierta aquella atroz verdad, en realidad solo quedaba la resignación y el disimulo para unirnos a un nuevo club, el de los adultos y ser partícipe de la farsa más bella del mundo. Ese cambio de bando era paulatino y en más de una ocasión deseé creer que el problema era que los reyes magos eran tan viejitos que los padres ayudaban en las tareas del reparto de juguetes.
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Esta noche me tocó a mi recibir la pregunta. Ya en la cama, casi dormida, mi hija dijo: "tengo una pregunta papi". Cual es tu pregunta, dije, sabiendo que estaba vinculada al tema. ¿Quien pone los regalos en el "caga tió", en Santa Claus o en los reyes magos?. Mi hija me atacó directamente desde los 3 frentes mágicos.
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Respondí incialmente sobre el más débil de los personajes, Santa Claus, ya que como catalanes jamás lo hemos celebrado y los niños ven mil películas norteamericanas con personajes falsos disfrazados. Le dije que los "santa" que veían recordaban a una persona real que nació en un país cercano a Barcelona y que dedicó su vida a ofrecer regalos a los niños y que había sido alguien tan bueno que todavía la gente lo recordaba, pero añadí que el santo, San Nicolás, que repartía juguetes era muy distinto al que veiamos en las películas y en los centos comerciales, no era alguien con una barba y barriga falsa que repartía caramelos y hacía risas jocosas en la entrada de los comercios.
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En el caso del "caga tió", el tronco navideño que caga regalos para los niños catalanes, quise recordarle un principio de vida, el respeto a la naturaleza y que son los árboles los que cada día obran un milagro más importante que los regalitos que cagan la noche de navidad. Gracias a sus hojas que nos regalan oxígeno, la vida es posible desde antes de los humanos. Dios creo los árboles para permitir la vida en este planeta, primero los dinosaurios y luego nosotros, disfrutamos del gran regalo que nos ofrecen los árboles. Le pedí a mi hija que viera los regalitos del caga tió como un símbolo que tenemos los humanos para agradecer a los árboles la vida que nos dan con sus hojas y que ese es realmente el gran regalo que nos ofrecen cada día del año.
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Lo confieso, no pude desvelar la cruel verdad sobre los reyes magos de oriente. Son tan grandes e importantes que me armé de fuerzas para extender el plazo un año más. Le recordé que eran los únicos que habían visto al niño Jesús recién nacido, que habían olido sus caquitas y escuchado sus llantos. Son tan magos que llevan más de 2000 años llevando alegría a los niños porque ellos aman a todos los niños, ricos y pobres, porque esa era al fin la gran pregunta de mi hija, si todos los niños reciben el mismo trato de los reyes. Esa era su gran preocupación y en su petición se expresa la dolorosa verdad de que cada cuna ofrece un porvenir distinto: ¿Somos todos iguales ante los ojos de los reyes magos?, añado yo, para Dios.... 
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Un día más de creencia en estos valores es a mis ojos el gran regalo de estas navidades, lo es para su formación como persona y para su forma de entender el mundo cuando ya no tenga preguntas que hacerme. Disculpame esta última mentira, hija mía, es solo fruto del más bello de los regalos, el amor.
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Feliz Navidad

Comentarios

  1. m'he emocionat molt amb el teu escrit, comparteixo totalment el teu sentiment i aplaudeixo la teva creativitat a l'hora d'argumentar amb valors la teva decisió d'aplaçar el gran dia....un any és el que necessita per anar madurant...diuen que quan pregunten es que estàn preparats per la resposta però, en realitat,... no la volen sentir! petons i BON NADAL!

    Rosamaria.

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  2. Salud y que, más alá de coyunturas, la inteligencia siga al servicio de la imaginación y no al contrario.

    ¡Feliz Navidad!

    jesús

    ResponderEliminar

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