Esta luna llena aparece a diario en los confines de un local que marcó profundamene a una generación de jóvenes panameños de buena cuna -hoy en día adultos contemporaneos- por albergar anteriormente una discoteca que tuvo todo el éxito del mundo y construyó una memoria tribal a base de baile, tragos y mucho más.
La discoteca desapareció de escena mientras aquellos jóvenes que la adoptaron como espacio de ocio compartido estudiaban, iniciaban trayecto profesional, se casaban, tenían descedencia, recibían herencias, adquirían deudas, casa en la playa o en el Valle.
Aquella irresistible atracción para veinteañeros regresó con una propuesta inteligentemente disfrazada para regocijo de los que vivimos en la frontera de los cuarenta. Una oferta que combina bar, restaurante y terraza exquisitamente dispuestos para conquistar los mismos bolsillos de antaño pero con más tarjetas de crédito.
El éxito desde su apertura es rotundo, hasta el punto de que aquel pasado glorioso ha reverdeciedo con gran esplendor. Es el restaurante que más veces me han recomendado desde que vivo en Panamá. Personalmente le huyo al tumulto y las modas cuando son tan obvias por lo que descarté visita.
Quizás jamás se hubiera materializado si no es por un amigo al que le organizaron un cumpleaños sorpresa y mi familia era parte de la sorpresa. Me impresionó la decoración, siendo especialmente llamativa la terraza donde cenamos. La segunda sorpresa agradable fue la carta, variada y original, con propuestas tan divertidas como unas ancas de rana rebozadas o una pasta con "escargots"... no es algo que en Panamá abunde.
Elegí ambas rarezas y probé varios de los platos de mis vecinos de mesa, todos me parecieron a un buen nivel y en algunos casos muy buenos hasta el punto que desaparecieron mis prejuicios.
Hubo un tiempo en el que un Sol iluminó noches juveniles al ritmo de la música, ahora sobre nuestras cabezas tenemos una Luna gastronómica que resulta inspiradora. Auuuuuuuuuuuu !!!!!
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