Este pequeño espacio gastronómico situado cerca del parque Omar de la capital panameña tiene estilo y personalidad propia y merece perpetuarse en la oferta culinaria como un valor seguro por el esmerado cuidado que las dos protagonistas, en sala y cocina, imprimen en cada uno de los detalles para hacer que la experencia pueda ser calificada como algo muy especial.
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El lugar es minúsculo pero tan bien diseñado que uno jamás siente estrecheces, parte de la sensación de amplitud está provocada por un largo espejo que relaja la vista a los comensales que se sientan de cara a la pared ya que permite observar todo lo que sucede a sus espaldas. Una táctica interesante que permite duplicar el espacio.
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A nivel gastronómico, la chef Clara propone su punto de vista sobre la cocina norteamericana contemporanea. Según mi experiencia, se podría hablar de "sentido y sensibilidad", fogones muy femeninos, cocina basada en los detalles. No hay pomposidad ni barroquismo, proponen simplicidad y mucha clase, elogio a las materias primas sin enmascarar los sabores naturales, si acaso amplificarlos con su particular alquimia.
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Su arte culinario pretende ofrecer sutiles contrastes entre aromas, texturas y temperaturas en cada plato y posiblemente el ejemplo más supremo de su concepto minimalista es un entrante, el queso feta horneado servido en un baño de aceite de oliva aromatizado con un sutil toque de limón y una rama de romero. Delicioso!.
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Jennifer, copropietaria, dirige la sala y es una fanática del vino que busca, olfatea, selecciona y ofrece a sus clientes los vinos que encajan con cada propuesta, de modo que la carta está muy bien pensada.
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El servicio gana enteros cuando la propia Jennifer se ocupa de nuestra mesa, la relación calidad / precio adaptada a la exclusividad de ser uno de los pocos comensales en la función de cada noche en este pequeño teatro del gusto.
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El lugar es minúsculo pero tan bien diseñado que uno jamás siente estrecheces, parte de la sensación de amplitud está provocada por un largo espejo que relaja la vista a los comensales que se sientan de cara a la pared ya que permite observar todo lo que sucede a sus espaldas. Una táctica interesante que permite duplicar el espacio.
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A nivel gastronómico, la chef Clara propone su punto de vista sobre la cocina norteamericana contemporanea. Según mi experiencia, se podría hablar de "sentido y sensibilidad", fogones muy femeninos, cocina basada en los detalles. No hay pomposidad ni barroquismo, proponen simplicidad y mucha clase, elogio a las materias primas sin enmascarar los sabores naturales, si acaso amplificarlos con su particular alquimia.
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Su arte culinario pretende ofrecer sutiles contrastes entre aromas, texturas y temperaturas en cada plato y posiblemente el ejemplo más supremo de su concepto minimalista es un entrante, el queso feta horneado servido en un baño de aceite de oliva aromatizado con un sutil toque de limón y una rama de romero. Delicioso!.
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Jennifer, copropietaria, dirige la sala y es una fanática del vino que busca, olfatea, selecciona y ofrece a sus clientes los vinos que encajan con cada propuesta, de modo que la carta está muy bien pensada.
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El servicio gana enteros cuando la propia Jennifer se ocupa de nuestra mesa, la relación calidad / precio adaptada a la exclusividad de ser uno de los pocos comensales en la función de cada noche en este pequeño teatro del gusto.
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