Recién regreso de una nueva estancia en la finca del Estado Falcón donde estamos desarrollando un maravilloso proyecto de ganado ovino de altos estandares de calidad... ya falta muy poco para poder ofrecer con orgullo el resultado de tanto esfuerzo e inversión.
Mi vida en Venezuela se ha convertido en un "coupage" divertidisimo, donde combino el frenesí de la vida urbana caraqueña y valenciana centrado en la difusión y comercialización de nuestros vinos y aceites de oliva con las escapadas al mundo rural de la finca falconiana donde recupero el disfrute por actividades que dificilmente pueden llevarse a cabo en una gran ciudad: fumar un cigarrillo a medianoche observando la via lactea desnuda ante nuestros ojos, escuchar y diferenciar la voz de los animales, preocuparse por la pluviometría, por descubrir un nuevo naciente de agua que nos garantice riegos en los pastos, por el nacimiento de una nueva cría y la muerte de otra, por ver crecer un rebaño y compartir con todo el equipo técnico los logros y avances que cada mes se producen...
Es el espectáculo del tiempo, de la paciencia, de la toma de decisiones de largo plazo, de la materialización de las que se tomaron en su momento... regresar a la relojeria solar y a la biológica, bajo esos parámetros uno acaba viendo como crece el vientre de cada hembra y como cada cría es más bella que la anterior por ese enorme esfuerzo empírico en el cruce entre genéticas.
Disfruto en Falcón, de los gallos de pelea que cria el capataz, de ver como se capan burros y como montan a caballo niños que emulan a sus padres para colear toros, de gentes humildes que tocan el cuatro como Paco de Lucia su guitarra, de la canción llanera que a mi estilo empiezo a tatarear...
Como punto culminante disfruto de las noches a la brasa, un enorme brasero a la intemperie que se enciendo antes de la caida del Sol y que cuando calma sus ansias guerreras, el fuego nos cocina el cordero lechal seleccionado para ese día, aquel que por la mañana fue beneficiado y que pasó todo el día despellejado al Sol para madurar... muero por sus costillas y por la paletilla adobadas en aceite de oliva, laurel, Romero y orégano.
Gozo por el sancocho de gallinas desechadas por no saber pelear sus familiares machos, la mejora de la estirpe de lucha pasa por en estas latitudes por el tamiz del sancocho, en una olla gigante acabaron sus días 27 familiares de un gallo cobarde y con esa selección natural nos alimentamos todos en la finca y los criadores garantizaron que ninguna cresta indigna agachara de nuevo la cabeza en el coso gallero.
En esas noches de brasa vivo Venezuela como en ningún otro rincón del país.
Mi vida en Venezuela se ha convertido en un "coupage" divertidisimo, donde combino el frenesí de la vida urbana caraqueña y valenciana centrado en la difusión y comercialización de nuestros vinos y aceites de oliva con las escapadas al mundo rural de la finca falconiana donde recupero el disfrute por actividades que dificilmente pueden llevarse a cabo en una gran ciudad: fumar un cigarrillo a medianoche observando la via lactea desnuda ante nuestros ojos, escuchar y diferenciar la voz de los animales, preocuparse por la pluviometría, por descubrir un nuevo naciente de agua que nos garantice riegos en los pastos, por el nacimiento de una nueva cría y la muerte de otra, por ver crecer un rebaño y compartir con todo el equipo técnico los logros y avances que cada mes se producen...
Es el espectáculo del tiempo, de la paciencia, de la toma de decisiones de largo plazo, de la materialización de las que se tomaron en su momento... regresar a la relojeria solar y a la biológica, bajo esos parámetros uno acaba viendo como crece el vientre de cada hembra y como cada cría es más bella que la anterior por ese enorme esfuerzo empírico en el cruce entre genéticas.
Disfruto en Falcón, de los gallos de pelea que cria el capataz, de ver como se capan burros y como montan a caballo niños que emulan a sus padres para colear toros, de gentes humildes que tocan el cuatro como Paco de Lucia su guitarra, de la canción llanera que a mi estilo empiezo a tatarear...
Como punto culminante disfruto de las noches a la brasa, un enorme brasero a la intemperie que se enciendo antes de la caida del Sol y que cuando calma sus ansias guerreras, el fuego nos cocina el cordero lechal seleccionado para ese día, aquel que por la mañana fue beneficiado y que pasó todo el día despellejado al Sol para madurar... muero por sus costillas y por la paletilla adobadas en aceite de oliva, laurel, Romero y orégano.
Gozo por el sancocho de gallinas desechadas por no saber pelear sus familiares machos, la mejora de la estirpe de lucha pasa por en estas latitudes por el tamiz del sancocho, en una olla gigante acabaron sus días 27 familiares de un gallo cobarde y con esa selección natural nos alimentamos todos en la finca y los criadores garantizaron que ninguna cresta indigna agachara de nuevo la cabeza en el coso gallero.
En esas noches de brasa vivo Venezuela como en ningún otro rincón del país.
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