Una de las cuentas más abultadas que haya recibido pertenece a uno de los días gastronomicos más memorables de mi vida. Fue durante la celebración de una reciente edición de la Feria Alimentaria de Barcelona. Coincidimos con varios amigos de Venezuela vinculados al mundo gastronómico y nos citamos una mañana para desayunar en el Can Ravell de la calle Aragó, nos apropiamos de uno de los mesones en su planta baja y no hubo quien nos moviera de ahí.
El desayuno dio lugar al aperitivo y del aperitivo sin darnos cuenta le entramos al almuerzo. extendimos la sobremesa y nos dieron las tres y las cuatro, las cinco y lás seis y llegó la hora de la merienda. En medio de todo ello habían ido pasando frente a nuestros paladares prácticamente todas las seductoras sugerencias de un rey de la gula como es Josep Ravell, sin duda es un peligro dejarse llevar por un personaje que interpreta como pocos los deseos de sus clientes pero al que hay que tenerle cuidado con la calculadora cuando a unos simpáticos huevos fritos se le pegan discretas láminas de trufa del perigord o a un bacalao le crece una corona de angulas del Sella.
A media tarde se habían ido sumando nuevos amigos para completar una jornada en la que hicimos múltiples digestiones milagrosas sin tener nunca la sensación desagradable de habernos ni acercado a los límites del empacho y pedimos la cuenta cuando nos dimos cuenta de que había caído la noche y ya las puertas de Alimentaria debían estar cerrando allá por los confines de la Gran Vía, nosotros nos habíamos pegado la Gran Vida.
Al llegar la Cuenta parecía la tabla de los 10 mandamientos traducida a 20 idiomas, la esperábamos larga y por supuesto abultada, nadie en estos casos puede llegar a adivinar la suma final de dígitos luego de tamaño viaje pegados al canto de las Sirenas del Gusto... ni se puede ni se debe ofrecer el detalle de aquel número + IVA por respeto a los 7 Magníficos y los 4 Fantásticos que ocupamos aquel mesón desde el principio de la sesión.
El “secreto” de la abultada cuenta final tenía una explicación de la cual Josep Ravell no es responsable, como en aquellas partidas de póker que empiezan discretas un martes por la noche en casa de un amigo de toda la vida y que sin saber como se ponen ardientes y competitivas, fueron subiendo las apuestas... ya que al empezar habíamos convenido que cada uno de nosotros iría eligiendo un plato para poner al centro y compartirlo todo, a cada ronda fue subiendo el nivel de las selecciones: doble pareja, trío de ases, full...
El reto se extendió a la selección de los vinos, cada uno tenía que poner sobre la mesa su mejor Poker: por ahí desfilaron el Kripta de Agustí Torelló, el Clos Erasmus del Priorat, Roda Cirsion... hasta ahí íbamos razonablemente bajo control... pero cruzamos los Pirineos y más que sobre viñas el camino se fue a los árboles genealógicos más reputados de los château y clos del país vecino: Montrachet, Richebourg y la bomba atómica, con la P de Pomerol... salimos felices pero desplumados porque al final no hay que olvidar que por mucho que disfruten los jugadores es la Casa quien Siempre Gana.
No es Can Ravell el lugar recomendable para los desenfrenados que además se unan a otros mala juntas: tiene de todo y todo lo que tiene es lo mejor de lo mejor en materias primas, en conservas importadas, en vinos, licores… Uno imagina al Croupier Josep Ravell antes de dormir luego de noches como esas, debe tener una de aquellas sonrisas de plena satisfacción mientras toma nota mental de la reposición de angulas, trufa blanca, tenazas de cangrejo Kamchatka.. porque seguro que pasado mañana aparecen otros con exacta voluntad de perder la cautela, poner a gozar los sentidos y el espíritu y colocar la deuda de la tarjeta de crédito en cómodos plazos... ¡Que la vida son 4 días y uno de ellos debe vivirse en Can Ravell !!!
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