En Agosto de 2007 viajé por primera vez a Panamá para iniciar un proceso que debía desembocar en un nuevo proyecto empresarial. En aquella primera agenda tenía reservada la visita a los espacios clave del vino y la gastronomía de la capital panameña.
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La casualidad quiso que el hotel estuviera a pocos metros de un espacio subrayado especialmente, el "Wine Bar". Durante aquella primera semana pasé mis noches solitarias en el local, fascinado por su carta de vinos por copas y por una oferta amable y desenfadada alrededor del vino que rompe esquemas, acabé haciendo amistad con gran parte del equipo del Wine Bar y los restaurantes Café Pomodoro y El Rincón Suizo, dirigidos por el empresario y chef suizo Willy Diggelmann, probablemente el mayor coleccionista de vinos de América Central.
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Con el inicio de la actividad profesional en Panamá, nuestro primer cliente y la primera botella de vino vendida en el país fue justamente en el Wine Bar, y también fue el primer cheque recibido por nuestra compañía y del que guardamos copia para recordar siempre nuestros inicios.
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Con el traslado familiar iniciamos la adaptación del grupo nuclear a un nuevo país y su capital, para nosotros el ocio gastronómico siempre ha sido prioritario y poco a poco algunos restaurantes toman relevancia: Can Masoliver, El Bodegón, Fuji, Beirut, Churrería Manolo...
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Pero por encima de todos y teniendo en cuenta las preferencias infantiles, El Wine Bar en su versión de mediodía fue conquistando terreno hasta convertirse en la primera preferencia de los niños, así durante los fines de semana que nos quedamos en la ciudad, acabamos comiendo sus espectaculares pastas italianas bajo la carta del Café Pomodoro contiguo.
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Los pequeños deliran con la pasta Linguini Alfredo, los adultos variamos con las versiones de puttanesca, amatrichiana, arrabiatta, vongole, funghi porcini o aragosta, además de un carpaccio de ternera excelente con ensalada para entretener la espera o el brodo con raviolis que culmino con peperoncino. La pasta en el Wine Bar y el Café Pomodoro nos traslada a las trattorias que frecuentabamos en Italia cuando viviamos en Europa y nos escapábamos cada dos por tres por la familia que tenemos en el Abruzzo y Le Marche. Cocina sincera, salsas perfectas y pastas cocidas como dios manda. Si además sumamos una carta de vinos por copas de más de 100 referencias, podrán entender que es un paraiso para un grupo familiar con niños pequeños y adultos que hacen del vino uno de los motivos fundamentales para visitar un restaurante.
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Si a todo esto sumamos la gran sensibilidad y afecto de todo el personal hacia los pequeños, los padres nos sentimos relajados y aceptados en un restaurante, quien tenga niños revoltosos sabrán perfectamente de que hablo.
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Muchas gracias por tanto afecto.
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gracias amigo, lo tendremos en cuenta para la proxima escapada.
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