Desde que conocimos este camino, hará un mes y medio, lo hemos transitado en tres ocasiones durante otros tantos fines de semana. En la imagen solo podemos adivinar un pequeño tramo que no explica casi nada de lo que es y significa para nuestro nucleo familiar. Se trata del antiguo Pipeline Road, un camino no asfaltado de poco más de 5 kms que se adentra espectacularmente en la selva tropical del Parque Nacional Soberanía para alcanzar un objetivo lúdico único, el Centro para el Descubrimiento del Bosque tropical de Panamá.
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A poco más de media hora de Ciudad de Panamá en dirección a Gamboa siguiendo permanentemente el curso del Canal, superado el pueblo hay un momento en el que la carretera de asfalto desaparece y en su lugar encontramos caminos de tierra secundarios, entre ellos el "Pipeline road". Solo por alcanzar este camino vale la pena el viaje, serpentea por el frondoso bosque humedo creando estampas muy emotivas en plena naturaleza virgen, paramos el vehículo a cada momento sorprendidos por algún mamífero, por el rumor de las aves, el vuelo de una mariposa de tamaño king size o el grito desesperado del mono aullador. Embriagados por tantos indicios de vida salvaje llegamos al Panamá Rainforest Discovery Center en medio de esta masa boscosa.
Desde que empezó el año salimos todos los fines de semana de la capital para conocer las bellezas naturales que nos brinda el istmo de Panamá. Entre las opciones que busco en las guías de internet encontré esta referencia situada muy cerca de Gamboa. Su página web no demostraba a priori todo el potencial de la experiencia, la realidad en este caso iba a superar a la publicidad.
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Dejamos el vehículo frente al centro de atención de visitantes, un espacio de madera y materiales de reciclaje que actúa como punto de encuentro de los servicios que brinda la fundación privada que gestiona el recurso y por su especial estructura es como un balcón sobre el bosque. Antes de pagar el acceso los niños y los adultos ya estabamos fascinados y con la boca abierta ante el espectáculo de centenares de Colibrís que con su vuelo pendular y el carácteristico zumbido provocado por la velocidad del aleteo. Hasta 16 especies distintas de colibris acuden al balcón atraidos por unos recipientes con agua levemente azucarada demasiado irresistibles para estos pajaros.
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Puedo reconocer ya a simple vista y después de 3 visitas a mi favorito, el colibrí ermitaño piquilargo, pero también a varios de sus primos. Mis conocimientos ornitológicos son ciertamente pobres pero si sigo visitando este lugar aspiro a disfrutar y reconocer la increible variedad de aves que pueblan este paraje. No exagero al decir que la ornitóloga que nos ha acompañado en nuestros paseos por los senderos del parque confiesa reconocer ya a más de 300 especies de las 900 que vuelan por Panamá.
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El punto culminante de la visita a este recurso ecoturístico es el ascenso a la torre de observación, con 32 metros de altura y varios niveles de observación a medida hasta llegar a la terraza que supera el dosel del bosque.
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A medida que ascendemos por la escalera de caracol el bosque pareciera mutar, desde la opacidad y el misterio del sotobosque, el entorno se limpia a medida que trepamos hacia las ramas más altas, al alcanzar las copas de los árboles la vista se nubla con la frondosidad de los mil tonos verdes y cuando parece que nos mareamos, se abre el cielo y el dosel del bosque como océano infinito. Los pájaros reposan en este espacio a primera hora de la mañana, luego cuando el calor es insoportable descienden a las capas medias.
Con la ayuda de nuestra amiga ornitólogo, mis hijos y nosotros hemos aprendido a distinguir una mancha de color de otra y con el apoyo de potentes lentes divisamos tucanes inmoviles, los monos aulladores acostados en las ramas, la pereza abrazada disfrutando del vaivén de un tronco peinado por el viento, los capuchinos escondidos y decenas de nombres de pájaro que no logro retener aún. Esto en las alturas, porque al regresar a tierra firme, la vida continua... pero eso será parte de un próximo capítulo
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