Hace demasiado tiempo del último bocado de uno de aquellos chefs con estrellas pautadas en una guía de cauchos francesa, de hecho los últimos pecados cometidos fueron en manos de los hermanos Roca y de Martín Berasategui en sus sucursales barcelonesas allá por las fiestas navideñas. Desde entonces no he abandonado ni un solo día el continente americano por mi obsesión por levantar a pulso y con sudor nuestra aventura profesional desde Panamá. Sucedió algo parecido cuando inicié mi actividad en Venezuela, estuve más de un año sin mirar a Europa inmerso en aquel proceso de aprendizaje de una nueva realidad vital.
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Esta tarde despedí en el aeropuerto de Tocumen entre sollozos y abrazos a mi querida hermana Anna, la primera de la familia en Catalunya en visitar Panamá, lo hizo por poco más de 15 días que desgraciadamente pasaron demasiado ràpido. Mi ilusión pasa ahora por recibir a mis padres en un futuro cercano, quizás en las navidades, para mostrarles un país, sus bellezas naturales e históricas, pero sobretodo para convivir por unos días para mostrarles la que es nuestra realidad en Panamá y aquello que por si mismo es este país que hemos elegido y en que creemos para prosperar como familia.
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Los catalanes, y en esto quizás no seamos demasiado distintos a aquellos paises vecinos del oeste europeo o los del llamado "primer mundo", tenemos una marcada tendencia a pensar que lo nuestro es lo mejor y que fuera de nuestras fronteras y costumbres las cosas jamás pueden igualarse a las cotas alcanzadas en nuestras sociedades. Aquellos territorios alejados de nuestra realidad son vistos bajo la nebulosa de los tópicos y la admiración por el gen de "lo auténticamente exótico", normalmente para el disfrute del turista que simplemente busca consumir ocasionalmente una belleza natural, una ruina monumental o el comportamiento de una tribu distinta a la nuestra para luego regresar a sus hogares, contarlo con entusiasmo en los primeros días y olvidar con el paso de los meses donde se guardó aquel souvenir.
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Hace 5 años quizás hubiera vertido especulaciones parecidas en un espacio como este, ahora que las fronteras de mi vida y la de los míos ya no tiene la dependencia por el terruño natal, relativizo a pasos agigantados cual era aquella realidad que si bien sigue siendo parte de mí ya no me define exactamente.
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La observación del mapamundi en un atlas modificó el kilómetro cero que entonces se centraba en una península cuya geografía recordaba a la de una cara femenina mirando al océano desde donde se vertían tierras y mares a su alrededor. Hoy mi norte es un estrecho margen de tierra, una pequeña cinturita con un ombligo que llamamos Canal de Panamá que separa el torso de las tierras del norte de las piernas sureñas:
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El todo es América y mi casa es un Panamá que reune en su limitada superficie geográfica el compendio de lo que es este continente: terreno abonado para materializar sueños que aún no están escritos, sincretismo cultural en una amalgama de orígenes para aprender que siendo tan distintos la convivencia es posible; y oportunidad para vivir la vida a flor de piel sin renunciar a que en cada amanecer, teniendo todo aquello a lo que aspiramos los humanos o carenciendo casi de lo más fundamental, es más sencillo darle a la vida una sonrisa auténtica.
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Por cierto, en cuanto a gastronomía, la verdad es que los Adrià, Blumenthal o Ducasse son como las fiestas de cumpleaños y las bodas, días para recordar y que de vez en cuando están muy bien, pero si vienen muy seguidas al final la digestión y la resaca resultan matadoras.
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Buenas y profundas reflexiones amigo Oriol.
ResponderEliminarYo tengo una frase "Una persona, vale mas que cualquier idea".
Y si esa persona esta en Panama, .......... pues "chapeau".
Asi mismo Oriol, has descrito lo que yo sentia y estoy sintiendo por este pais. Y desafortunadamente, yo tambien era una de esos catalanes que nombras...
ResponderEliminarLeonor Alcantara