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Pasión por el Priorat: El Océano de Piedras negras y la Escalera de Dios



Los suelos de pizarra quebrada o licorella son los protagonistas de los vinos del Priorat, dotan a sus vinos de una enorme personalidad mineral que los hace inconfundibles. La comarca tiene un gran desnivel, pasa de 200 a 1.200 metros y su orografía es tremendamente compleja. en el centro de la comarca encontramos viñedos planos cerca del río Siurana pero el resto de las fincas suelen estar dominadas por laderas extremas que a lo largo de los siglos el hombre dominó en terrazas de piedra y bancales. En aquellos lugares donde no hay terrazas aparecen los viñedos de "coster" situados en pendientes muy pronunciadas, de hasta un 30%, en ellas encontramos cepas viejas de garnacha.

La pizarra desmenuzada o licorella absorbe y almacena la humedad, ofreciendo a la viña un terreno excepcional. En el vino la licorella va a aportar todo su carácter dotandole de una intensa nota mineral que protagoniza las sensaciones en la cata y que dan justa fama a los vinos de la región desde los tiempos de los romanos hasta el renacer de los últimos años.
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EL OCÉANO DE PIEDRAS NEGRAS Y LA ESCALERA DE DIOS
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Se ha perdido en la noche de los tiempos el día en que Dios creo el Universo y a todas las criaturas, al tercer día separo el agua de la tierra e hizo que se produjeran plantas, tardó todavía otros tres días eternos para crear al hombre a su imagen y semejanza. A aquellos dos primeros humanos solo les prohibió que comieran el fruto del arbol de la ciencia del bien y del mal, como era de esperar no tardaron en sucumbir a la tentación de probar el fruto prohibido.
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Cuentan las viejas escrituras que bajó del cielo un angel con una espada de fuego en la mano y fueron condenados al trabajo, a la miseria, a las enfermedades y a la muerte. En el lugar en el que descendió el angel nunca más volvió a crecer la pradera, el impacto fue tan terrible que las piedras quedaron rotas en mil pedazos y el fuego de la espada las quemó dejándolas para siempre negras como el carbón. Durante miles de años no creció planta alguna en ese territorio en donde el hombre había perdido para siempre su semejanza con Dios y la vida eterna para convertirse en un ser imperfecto, mortal.
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El hombre jamás regresó a aquel lugar que bautizó como el Océano de las Piedras Negras, recordando quizás que allí ocurrió el primer diluvio universal en el que llovió fuego y quedó para siempre una huella de piedras negras desmenuzadas. Mientras la humanidad se dedicaba a aprender a valerse por si misma, creo herramientas, aprendió a conocer lo que la naturaleza era capaz de ofrecerle y para mitigar el miedo ancestral por las noches se reunía con sus semejantes alrededor del fuego.
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Hace casi 10.000 años un aldeano se aventuró a adentrarse en el lugar prohibido buscando los restos de la primera batalla entre Dios y el hombre. Camino por el pedregal, tomó piedras del suelo, sintió que concentraban el calor del sol y reflejaban su luz, comprobó que carecìan del aroma nauseabundo contradiciendo lo que contaban en la aldea. El pastor comprobó que la piedra se quebraba facilmente con los dedos y que estaba formada por cientos de capas, como si fueran las tablillas del génesis del mundo. Con las uñas dibujó en su plana superficie el fruto prohibido, era tan fácil escribir en esa piedra que guardó unos pedazos para enseñarlos a los sabios del pueblo.
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Siguió caminando por ese mar petrificado, ascendió por una pronunciada pendiente resbalando a cada momento por culpa de aquella superficie quebrada, llegó a la cima de una colina desde donde divisaba aquel océano de azabache, en el centro le pareció ver un apéndice que surgía del suelo, se acercó y pudo ver que se trataba de un tronco seco y retorcido del que brotaban dos ramas con una pocas hojas, de una de las ramas colgaba un racimo de unas frutas pequeñas y redondas de color parecido al de las piedras.
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Espero una señal pensando que quizás era la fruta prohibida, se abrieron las nubes en el cielo y un rayo de luz iluminó el árbol, los pequeños frutos adquirian ahora un especial brillo y un color parecido al azul del cielo. Tomó un grano y lo probó sin miedo, sintió el sabor mineral de la piedra y la acidez de la fruta, por un instante se sintió mareado por la emoción, era la fruta de la vida no para regresar a la eternidad, sino para hacer al hombre feliz. El regalo de Dios para perdonar a los hombres, una rama llena de dolor, perturbada, que en el océano de las piedras negras era capaz de dar vida a un fruto que concentraba todos los sabores y aromas del viento, del Sol y de la tierra. El joven llamó a esa planta la escalera de Dios, aquella por la que un dia descendió un angel de fuego y ahora otro había depositado el fruto redentor.
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Desde entonces el Océano de las piedras negras y la escalera de Dios fue lugar de culto y con las piedras se hacían amuletos, las sacerdotisas ofrecían ceremonias rituales para las diosas de la fertilidad regando el suelo con agua y aceite, crecieron más viñas y también olivos, higueras, almendros y avellanos el territorio. Del fruto de la viña hicieron el vino y con él rindieron honores a Dios y las noches frente a la hoguera no volvieron a ser tristes, el hombre aprendió a celebrar fiestas.
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Aquellas pizarras antiguas siglos después fueron tomadas por los romanos para obtener un vino más perfumado y alegre que el que ellos tenían, pasaron civilizaciones y siglos y la escalera de Dios fue olvidada hasta que el patriarca de unos monjes franceses de la Grande Chartreuse tuvo un sueño en el que un pastor contaba que en medio de aquel océano de piedras negras surgía una escalera de la que subían y bajaban los ángeles de Dios. Los monjes cartujanos buscaron el lugar y cuando lo encontraron fundaron su Cartuja sobre las raices de los viñedos más antiguos y desde entonces aquel océano de piedras negras y vinos profundos es conocido como El Priorat de Scala Dei.
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Texto Original: Oriol Serra Nadal
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1a imagen tomada de http://www.todovino.com

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