Es imposible no vincular en este inicio de 2010 los dos terremotos devastadores que ha sufrido nuestro continente. Aún están encendidas las alarmas y en marcha todos los proyectos de recuperación en Haiti cuando de nuevo la tierra cruje, en este caso en el cono sur. El Terremoto de Chile del pasado sábado resulta en lo personal un desastre muy cercano en los afectos, principalmente por los amigos que uno tiene en este país pero también por una simpatía y vencindad cultural muy distinta a la de un país historicamente aislado y olvidado como era Haiti del que hemos aprendido más en estos meses que en toda una vida.
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La reacción del mundo y especialmente el liderazgo solidario de Estados Unidos ante el inabarcable desastre de Haiti es emocionante y esperanzador con la tantas veces criticada condición humana, pareciera que aquel terremoto haya servido para entonar un mea culpa planetario ante el país más olvidado de nuestro continente y que el proceso de reconstrucción vaya más allá de los edificios e infrastructuras.
Un terremoto de la magnitud del de Chile o el de Haiti tienen consecuencias y afectaciones tan enormes en los territorios que los sufren que dudo que nuestra mente sea capaz de abarcar el eco de sufrimiento que desprenden. Nos impactan imágenes, reacciones, cifras mareantes de pérdidas humanas y materiales pero desde la distancia es muy complejo ponerse en la piel de cada una de las historias que estan viviendo las personas sobre el terreno.
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Somos sensibles a la hecatombe global sin entenderla realmente, pero cuando nos acercamos a la distancia de un metro cuadrado y todo lo que en él confluye, entonces una imagina la vivencia desgarradora de cada individuo en círculos concéntricos que abarcan desde los anillos más cercanos de convivencia hasta los más alejados desde la irreparable pérdida de seres queridos, a la dificil adaptación a la nueva e inesperada situación de vida que deben enfrentar familiares, amigos, compañeros de trabajo, estudio, vecinos, paisanos y compatriotas...
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En este vaivén de la lente de aproximación para abarcar la magnitud pero también para ser sensible al individuo anónimo que lo padece, me vino a la mente otro terremoto que afectó a un solo ser humano en otra isla del Caribe que decidió morir de hambre para enfrentarse a un poder invencible de naturaleza política representado por dos hermanos enquistados sobre las almas de su pueblo.
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La naturaleza puede terminar en pocos segundos con un paisaje y con la vida cotidiana de un territorio y lo único que podemos hacer es prepararnos para mitigar sus efectos o volcarnos solidariamente para reparar sus consecuencias. La política en según que manos puede ser tan o más devastadora como el peor desastre natural pero pareciera que como especie nos cuesta mucho más reaccionar y actuar ante el atropello continuado e incesante de los regimenes injustos contra nuestros congéneres.
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