El doctor Humberto Blanco nos invita regularmente a su finca, siempre hay una escusa para regresar a este paraiso terrenal. El pasado 20 de marzo fue para celebrar el cumpleaños de mi hija y de rebote mi santo, Sant Josep Oriol. Escondida en un rincón del Estado Miranda, es el lugar favorito para el descanso para este conocido psiquiatra venezolano. En el terreno disfruta de árboles frutales, de otros cultivos y un frondoso bosque de bambú que en el espacio neurálgico de la finca, donde nos reunimos para hacer sancochos y carnes a la brasa, pareciera que estuvieramos protegidos en la nave central de una catedral de bambú siendo la parrilla el altar desde donde oficiamos las misas gastronómicas.
En esta ocasión celebramos el final de la cuaresma y sus restricciones cárnicas con un espectáculo de carnes y chorizos siendo el chicharrón el gran triunfador de la tarde, quizás el mejor que he comido en muchisimos años... en silencio oré para que sobrara chicharrón y cual autoridad arbitraria de las que corren por estos lares, confiscarlo en pos de la seguridad alimentaria de la nación, es decir, con toda la cara dura llevárme los restos a casa. Confiaba en que el grupo se abstuviera o controlara la ingesta por aquello de las grasas saturadas y cuidar el colesterol, pero desgraciadamente la audiencia le entró con todo al chicharrón, sobró pollo, sobró punta trasera, salchichas y chorizos pero no quedó ni un mísero pedacito de la que considero que es la píldora gastronómica de la felicidad.
Los parrilleros y Don Chicharrón de Miranda: Humberto Silva, mi cuñado, maestro en las brasas; el Doctor Humberto Blanco anfitrión y responsable de mantener viva la llama; mi persona, el que relata este cuento, oficiando de pinche de cocina y maestro con los cuchillos pero solo para estar pegadito, en primera linea para gozar al instante de lo que el altar sagrado nos ofrece.
Quizás el psiquiatra entendió que los tres parrilleros nos habiamos excedido y en un momento de la tarde nos ofreció una terapia reparadora: ir a recolectar naranjas y mandarinas, estaban dulces y muy jugosas. En el camino a la plantación el Doctor quiso enseñarnos algunos de los tesoros que esconde el paraje: sus flores tropicales... Quedé totalmente alucinado, absorto ante la rareza y belleza de algunos ejemplares que jamás había visto antes en estado silvestre. Mi especialidad no es la botánica y por mucho que lo intento no recordar el nombre de las tres flores que os enseño a continuación. Seguro que entre vosotros habrá un conocedor de estos milagros del trópico y sería buenisimo que el que sepa de que flores estamos hablando nos diera luces. Para mi fue el cierre maravilloso de una tarde en el que una flor hizo olvidar que no había más chicharrón.
Será que es familia del "bastón del emperador"
Si no es el ave del paraiso, es el guacamayo, pero parece querer volar
Esta fue la flor que me conquistó. Nace del tronco del árbol, creo que se llama popularmente "Flor de verano" pero seguro que estoy equivocado. Se trata de un arbol que desde la base parece ramificarse en cuatro troncos y en cada uno de ellos brotan los capullos. En la copa del árbol no hay flores lo que resulta aún más llamativo y una rareza de las que emociona a quien no es hijo del trópico.
Los brotes aparecen en cualquier lugar del tronco, en este caso los vemos en la misma base del árbol. La Apertura de los pétalos es todo un espectáculo, una explosión de color, la vida en estado puro.
El esplendor de la flor hace que desaparezcan los pétalos que cubrían el capullo, en su momento de mayor gloria pareciera que la flor fuera una invitación para que los insectos gocen abundantemente del néctar de los pistilos
el final. Pareciera que el árbol decidiera cerrar el paso del alimento una vez la flor ha cumplido su cometido, entonces se seca como si fuera un estropajo y acaba desparramandose en el suelo. Quizás es una metáfora de la degeneración de mi sistema circulatorio después de años y años de chicharronear... ¿fue ese el chiste, doctor ?
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