Hay que ser un recién llegado a este país para no conocer lo que se cuece en Caffé Pomodoro, todos tarde o temprano regresamos a este templo de la pasta y el vino para sentarnos bajo sus parras de mentirijilla y una decoración propia de los estudios de Cinecittà que pretende transportarnos a la roma clásica como un mensaje subliminal de que aquí las pastas italianas son tan buenas como en la ciudad eterna.
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Para nuestra familia esa es una gran verdad, hemos ensayado con casi todas las que ofrecen en la carta en unas 30 visitas en poco más de un año. La razón principal de nuestros retornos es la satisfacción que sienten los niños por sus linguini alfredo y la disputa por cada pedazo de cervela.
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Se sientan como adultos, saludan a todos los meseros con familiaridad y se sienten queridos, especialmente con una gran persona como Jose, y cuando nos vamos ya preguntan por el siguiente regreso. Para los adultos, es un placer el alterne que propone la carta: primero seleccionamos el tipo de pasta deseada, linguini, penne y así hasta una quincena. Luego decidimos la receta del día: funghi porcini, putanesca, arrabbiata, amatriciana, vongole y la mejor para mi, la aragosta. Antes entretenemos la espera con el carpaccio especial de ternera con rucula y hongos o el brodo caliente de caldo de pollo con raviolis de carne.
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La oferta de vinos de Caffe Pomodoro está asociada directamente al alter ego con el que comparten espacios y cocina, el Wine Bar, una carta de más de150 etiquetas de vino por copas que nos permite dar un paseo por todos los paises elaboradores y degustar vinos de las variedades tintas y blancas más populares del mundo.
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Una oportunidad única en Panamá para los aficionados del vino y de la alternancia en la copa. La relación calidad / precio es magnífica y el servicio esmerado, gentil y cariñoso hacia los más pequeños contribuye a que la experiencia sea redonda y sea una de las principales peticiones de los pequeños cuando decidimos comer fuera de casa.
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