Con el huevo frito nace nuevo apartado en este blog, "crónicas de la gula", donde periódicamente ofreceré un elogio encendido de los manjares más pecaminosos que podemos disfrutar en este mundo. Ingredientes y recetas que con razón o no tienen mala fama social, son contraindicadas para ciertos grupos y proscritas principalmente por cuestiones de salud.
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Capítulo 1 de Crónicas de la gula: El Huevo Frito
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El huevo de gallina aparece desde la más tierna infancia en sus múltiples formas y aplicaciones, nuestros progenitores esperan la salida de nuestro primer diente para ofrecernos algo más que papillas de frutas y lacteos. Un día, sin que seamos capaces de recordarlo, comimos el primer pedacito de carne de vacuno y de pollo, posiblemente presentado en forma de puré, luego aceptamos algunas verduras vestidas de crema sin sal sin que levantaran demasiada pasión. Las migas de pan, arepa, tortita, arroz o pasta se unieron paulatinamiente a nuestra dieta pueril.
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Antes de que fuéramos capaces de ponernos en pie, o al poco de hacerlo, apareció el huevo, enmascarado quizá, todavía irreconocible en sus formas más diabólicas y nuestra infantil mirada cambió para siempre. Miramos el tenedor en el segundo ensayo, después de asentir con una sonrisa y un balbuceo de aprobación probablemente la comida en el plato desapareció a una velocidad que sorprendió a la paciente madre, abuela o tía que tenía la dura misión de ofrecernos alimento.
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El huevo se disfrazó de pastel para regalarnos su cara más dulce, acompañó sopas de vegetales para hacerlas más dignas, se puso traje de obrero en los primeros rebozados siendo siempre la parte más lividinosa, el lubricante de pescados, calamares y carnes.
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Un día, el huevo fue batido y en la sartén solidificó con el calor para ofrecernos el color y la forma de la luna en el horizonte del atardecer. Clara y yema cuajadas nos regalaban la primera tortilla, omelette para los franceses y para tantas naciones. Su suavidad, las textura distinta entre la corteza y su interior casi líquido, es uno de los primeros recuerdos gastronómicos de mi vida, a veces terminada con un toque de azúcar refinada cuando los padres deseaban que la cena del infante fuera aún más veloz.
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Ante la inmediata aceptación del exigente paladar infantil, los adultos no tardaron en acercarnos migajas de su propio plato, un pedazo de pan empapado de un néctar anaranjado y levemente viscoso que cambió para siempre mi vida, era la yema de un huevo frito!!!!
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Rebobino en la memoria hasta muy atrás y a través de las referencias de sucesos de la infancia que puedo catalogar en la edad saber que el huevo frito vivía entre mis pasiones desde los 3 años. A cierta hora de la tarde entraba en la cocina para influenciar en el menú de la cena y lograba con mucha frecuencia escuchar el quiebre de la cáscara sobre los muros del sartén e inmediatamente el furor del aceite caliente al recibir yema y clara, cada una en su posición, para ver crecer como por arte de magia el halo blanco que rodeaba el nucleo del huevo. El Sol en mis primeros pecados de la vida surgía de noche en un cocina.
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Al principio tenía temor por la violencia del proceso, el aceite hirviendo hacía que me apartara de la sartén, pero el atractivo de la rabiosa cocción y la inmediata transformación del huevo en el manjar más deseado me obligaba a permanecer absorto ante la liturgia. Con el paso de los años, ante la cercana llegada de la vida juvenil, la primera oportunidad que mi madre me ofreció en los fogones, como símbolo de la concesión de responsabilidades, no fue otra cosa que freir un huevo.
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Saber freir un huevo nos acerca a la máxima del cocinero de ficción Gusteau, el fantasma que inpiraba a la ratita de la película Ratatouille, "cualquiera puede cocinar". Para disfrutar de un huevo frito, su receta es tan simple y con un arraigo cultural de ámbito planetario que practicamente todos los humanos podemos prepararla a nuestro gusto.
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El huevo frito posiblemente es, de los placeres gastronómicos, el más fácil de obtener, no distingue de orígenes ni estratos socioeconómicos. La materia prima, el huevo de gallina, puede ser adquirida en todas las ciudades y aldeas del planeta a un coste mínimo y para las clases sociales menos favorecidas es un recurso que se obtiene a diario por lo sencillo que es mantener unas pocas gallinas vinculadas al hogar.
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Conseguir un huevo, encender fuego, obtener un aceite comestible o una grasa animal y tener un recipiente para su cocción nos transporta practicamente a los albores de la especie humana. Desde aquellos tiempos hasta el día de hoy centenares de generaciones hemos suspirado de placer ante la posibilidad de mojar pan en la yema caliente, líquida y parcialmente espesa, ingerir la suave y atercipelada clara cuajada en dos bocados dejando para el final las "puntillas", los bordes cristalizados y ennegrecidos que provocan en el paladar el crujiente más supremo que podamos experimentar.
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Tres texturas insuperables y el contaste entre temperaturas se unen en el huevo frito: matriz y semilla de la exigencia del gusto, sensaciones en la boca que colman nuestros deseos desde el desayuno de la prehistoria a la cena de nuestras vidas modernas.
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En nuestros tiempos el humilde huevo frito sigue liderando todas las mesas, resulta inmejorable cuando el aceite humeante es un extra virgen obtenido de las mejores aceitunas. En los días de fiesta puede disfrazarse con chorizo y jamón, los bolsillos más favorecidos lo coronan con ingredientes exclusivos como una raspadura de trufa negra del perigord, y si queremos repotenciar la bomba calórica, puede acostarse sobre una cama de arroz o "estrellarse" sobre un colchón de patatas fritas.
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Incita a la lujuria hasta en los más moderados, es la última frontera en las renuncias de los cuidadosos de la dieta y con la llegada de la madurez, cuando el cuerpo se convierte en nuestro enemigo y los médicos nos advierten de los peligros de su exceso, el huevo frito no queda en el olvido, es sabiamente administrado para iluminar el desayuno de un sábado como premio al rigor aplicado en la semana laboral o, preparado a hurtadillas, el pecado más secreto e inconfesable al que sucumbe hasta el más decrépito.
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En todas estas circunstancias nos domina una sola ilusión, la repetición de aquella primera vez en la que sentimos en nuestra boca la explosión de su sabor indescriptible, la primera en la que comer no era una necesidad provocada por el hambre, era la culminación de un deseo motivado por la gula.
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crédito imagen: vitonica.com
Oriol, estaremos atentos a estas cronicas. En cuanto a esta de apertura, la manera como nos llevas de la mano para hacernos de este inimitable producto de la n aturaleza concentrado en tan poco espacio, lo que nos provoca es mandar bien lejos esa practica que nos viene con los años y los cuidados de la salud: consumirlos los sabados, por aquello de darnos ese gusto un dia a la semana y no olvidarnos de sus elevados valores de colesterol, segun ha trascendido.
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