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La justicia poética de Guardiola. Ramon Besa en El País

Los barcelonistas somos de nuevo campeones de liga, la número 20 de la historia, la décima en los últimos 20 años. Hemos pulverizado todos los registros del campeonato español y superado cualquier marca europea con 99 puntos y una sola derrota en 38 partidos. Hoy disfruté de forma muy comedida la consecución del campeonato y en la celebración sentía una extraña calma en vez de la euforia habitual de momentos como este.
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El mejor barcelona de la historia, comandado por Josep Guardiola revalidó el título en un combate interminable contra un Real Madrid que nunca bajó los brazos y hoy, en vez de gozar desenfrenadamente mi reacción fue de haber cumplido con el deber, aquella norma no escrita que hace que uno se sienta responsable por aplicar y lograr imponer una supuesta superioridad, sabedor de que es el mejor de forma indiscutible pero debe examinarse día tras día para demostrarlo, un ejercicio que conlleva un desgaste mental y físico indescriptible.
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Lo hemos conseguido pero hoy me siento cansado por tanto esfuerzo y cuando leí la crónica del periodista Ramon Besa de El País sobre la figura de nuestro entrenador Pep Guardiola me senti plenamente identificado con su discurso y, sin que sirva de precedente, copio por completo el artículo que hoy publica para que estas palabras no se las lleve el viento. Que me disculpe el periodista y el medio por esta reproducción no autorizada pero como barcelonés, catalán y culé a muerte no puedo permitir que las palabras de Ramón Besa queden archivadas y posiblemente para los que no son catalanes pero siguen al barça la siguiente crónica es una metáfora del sentimiento de nuestro pueblo:
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LA JUSTICIA POÉTICA DE GUARDIOLA. RAMON BESA (EL PAIS)
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Johan Cruyff, el presidente de honor del Barcelona, ha confesado que uno de sus mayores desasosiegos es que Pep Guardiola "se preocupa tanto por los detalles que un día puede enfermar". Afectado por la alopecia, el técnico azulgrana se espantaría seguramente, a sus 39 años, si se parara a pensar cómo envejecerá como técnico. Ahora no tiene tiempo porque se ha desvivido por su equipo, estuvo alguna noche sin dormir después de la eliminatoria perdida contra el Inter y ha acabado tan cansado de la Liga que está convencido de que será el torneo que menos echará en falta. Hubo un día en que incluso pensó que era inútil continuar porque la gente se empeñaba en comparar los números del presente ejercicio con los del anterior y siempre salía derrotado tras ganar los seis títulos en juego. "Perderemos y sufriremos", se le oyó decir antes de batir el récord de puntos y victorias de la Liga.
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Un amigo íntimo de Guardiola sostiene que el pulso Barça-Madrid ha sido tan largo, tenso, malintencionado e incontrolable que alteró la forma de ser del técnico y hasta le convirtió a veces en peor persona. Al entrenador le han abrumado muchas portadas, determinadas decisiones, algunas preguntas y designaciones, tanto como para pensar que el jugador número 12 no era su afición, sino el peor de los enemigos. Hasta la naturaleza ha jugado en su contra cuando se presentó en forma de volcán antes de viajar a Milán. La temporada ha sido agotadora para Guardiola, que abre y cierra la ciudad deportiva como el amo de la fábrica que aparca su coche el primero y lo retira el último para que los empleados sepan que está pendiente del trabajo.
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Incluso Màrius, su hijo, le preguntó una tarde a la salida del colegio, después de la destitución de Ernesto Valverde en el Villarreal: "Papá, si alguna vez pierdes, ¿también te echarán?". A muchos niños les gustaba Eto'o y no han parado de inquirir por qué el técnico había prescindido del camerunés. Una cuestión de feeling. Guardiola sostiene, como Cruyff, que el segundo año es el más difícil para un campeón. "Hay que reparar en los detalles, los gestos, las cosas que te hacen ver cómo está el grupo", confiesa; "tienes que mirar a la cara de los futbolistas, descubrir al que quiere jugar y no dar más vueltas a la cuestión, no reparar en mayores consecuencias ni condicionantes". A Guardiola le ha costado congeniar los egos y conjugar a Ibrahimovic con Messi.
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Al principio de la temporada, se impuso la inercia del triunfo del curso pasado y el Barça encadenó las dos Supercopas y el Mundial de clubes a la Liga tras la Champions y la Copa del Rey de 2009. El equipo, sin embargo, se sintió muy exigido en la liguilla de la Copa de Europa y fue eliminado de la Copa por el Sevilla después de un mal resultado en la ida (1-2), disputada durante la cabalgata de Reyes. "¡Desapúntate!", como entrenador azulgrana, le soltó su hija, Maria, cuando le comentó que no podría acompañarle a recibir a Sus Majestades porque tenía partido. Chigrinski, Milito y Márquez se juntaron aquella noche y al técnico le culparon de tirar la Copa. El Barça no se clasificó porque, en la vuelta, el portero Palop cuajó seguramente la mejor actuación de su vida (0-1). Pasados los Reyes, Guardiola se llevó a Maria y Màrius a la visita de la plantilla al hospital de la Vall d'Hebrón para que participaran de la ofrenda de regalos a los niños que tampoco habían podido acudir a la cabalgata.
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A Guardiola hay que interpretarle a veces por sus gestos, no sólo por sus decisiones, siempre intervencionista. "A mí me pagan por tomar decisiones", resume. Una frase que de nuevo evoca al cruyffismo y le permite marcar diferencias con Frank Rijkaard, que prefirió que su equipo, deslumbrante en la victoria, se consumiera como uno de sus pitillos en la derrota. "Guardiola se anticipa a los problemas", asegura Cruyff. "Así actué el verano pasado", responde el entrenador, "aunque, durante la temporada, alguna vez pensé que habría sido mejor no liarse".
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Obsesionado con la perfección y convencido de que podía mejorar al equipo, Guardiola no se arrepiente de nada, aunque Henry y Márquez, a los que separó de Ronaldinho, Deco y Eto'o, se hayan borrado o Chigrinski e Ibrahimovic sean cuestionados como los fichajes de Hleb o Cáceres de la temporada pasada. Y menos después de que se corrigiera en febrero con una decisión capital. A Guardiola le disgustó mucho el partido de Jerez ?lo considera el peor de su etapa? y tampoco le convenció el de Stuttgart. Entendió que tenía que actuar. "Tenemos que hacer alguna cosa y procurar que sea la correcta", convino con sus ayudantes. Optaron por sacar a Messi de la banda derecha y situarle como enganche por detrás de Ibrahimovic.
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A partir del partido contra el Málaga, el Barça se desplegó con un 4-2-3-1, aunque los volantes nunca jugaron de forma paralela, sino que el técnico juntó a los cinco mejores alrededor del balón. Mejoró el argentino a cambio de empeorar el sueco. El balance no admite dudas. La cantera de La Masía marca las diferencias. Aunque se pueda equivocar, Guardiola le pone tanta pasión al trabajo que los futbolistas le siguen a pies juntillas. "Su pasión es contagiosa", coinciden en el vestuario; "hace que todos sintamos lo mismo por la manera como lo cuenta y transmite". El equipo se ha sentido como don Quijote, luchando contra todos y contra todo, defendiendo su causa frente a molinos de viento como el Madrid, derrotado en los dos partidos, abatido por la justicia poética azulgrana.
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Renovado el título, a Guardiola le queda mucha faena para el año que viene: insistirá con Ibrahimovic ?si es que continúa? porque el sueco enriquece el ataque por su capacidad para encarar los centros, asociarse y juntar o estirar al equipo y repetirá que los jugadores y la pelota deben avanzar juntos desde la defensa. Nada le motivará más que cumplir la promesa de renovar su contrato arrancada por aclamación popular en un concierto de Manel porque, si el madridismo cree que sólo Florentino Pérez puede redimirle, el barcelonismo coincide en que únicamente Guardiola le mantendrá campeón.
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Guardiola es utilizado como referente para las secciones del club y como modelo en las escuelas de negocio: personaliza la fórmula del éxito después de dos años como técnico del Barça. Derrengado y feliz, ahora se tomará unas vacaciones con Cristina, con Maria, Màrius y Valentina, orgulloso de su equipo y de su club, consciente de su "sentido trágico", como escribió el periodista Antoni Puigverd: "Sus vínculos con el Barça son los del amor (...) Guardiola pone su persona al servicio de la causa. Todas esas virtudes responden a un fondo ético que definiré como 'sentido trágico' (...). Guardiola se ha armado de lucidez trágica. Se enfrenta a su tarea de cambiar el destino del Barça con rigor científico, con pasión de amante, con severidad y empatía de profesor. Y con el sentido trágico del profeta: consciente de que acabará ardiendo un día u otro en el altar del sacrificio".

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