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Decantar o no decantar, esa es la cuestión

Hoy estuve en un restaurante de Caracas para presentar los nuevos vinos del Marqués de Griñón, en la agradable conversación que mantuve con el propietario y el sommelier hablamos de lo humano y lo divino. Uno de los temas que aparecieron en la conversación fue sobre cuando recomendar al cliente la decantación de un vino.

En este sentido hace tiempo que he desarrollado mi propio gusto, más allá de la clásica decantación de vinos de añada muy vieja que hay que tratar como si fuera el culito de un bebé, me refiero a la decisión de decantar vinos con una edad inferior a 10 años, es decir a la mayoría del vino que consume el mercado.

En casa, en una cena íntima para dos, o cuando no hay ninguna prisa, no me gusta decantar un vino tinto de clase alta... me gusta tener perfectamente acondicionada en temperatura la botella media hora antes de la comida, abrir el vino y sin preámbulos poner unos 10-15 ml (un par de dedos) en dos copas, una de boca más abierta y otra más cerrada... ahi empieza una relación personal entre el vino y yo:

Se muestra antipático y agreste en su primer diálogo, sin haberlo oxigenado con el movimiento, quien sabe si el vino de tu vida esté en los sentimientos que te provoque en ese instante, quien mejor que uno mismo sabe el estado anímico en que se encuentra y si la música que quiere escuchar es para rasgarse las venas. Ese vino cerrado, taciturno, también puede incorporarse a ese estado mental. Luego lo oxigeno para ver un primer cambio en su actitud, para adivinar el viaje que nos espera, para jurar amor eterno o enviarlo al infierno.

Me divierto con las dos copas un largo periodo, mientras el resto de elementos de la velada quedan a punto. El discurso del vino empieza a ser más limpio, se quita un zapato y muestra los dedos del pie, acerca su mano para oler la mezcla de perfume y aroma corporal, ver su piel y tocar sus dedos furtivamente. Se incorpora el abrebocas o un primer plato, retomo la botella para rellenar la copa y se genera un primer contraste con la comida.

Superamos la primera hora desde que el vino fue abierto, hay que decidir si abrimos una segunda botella (según sea el contrapunteo con la compañía), desde ese momento una gran mayoría de los vinos muestra todo su esplendor y evolución y aparece el plato principal concebido para un encaje amoroso... maridar, casarse, convivir, consumar una relación... toda la magia se concentra en ese momento, y nace un sentimiento de pérdida, queda un cuarto de botella o menos, se va de nuestras vidas para siempre, empezamos a racionalizar porque sentimos que la siguiente botella, aunque sea el mismo vino, quizá no se le parezca en nada por las leyes del carpe diem.

Al decantar nos perdemos el embarazo y el parto, la infancia y adolescencia, el primer amor y el desengaño que lo sigue, decantar es un viaje por autopista para llegar antes a un destino, sin pasear por los caminos pintorescos, por los pueblos y valles, por las montañas y quebradas, decantar es un vicio asociado a la velocidad y al stress, es una mesa para seis en un restaurante en el que una sola botella no brinda una relación personal, simplemente ese es un vino condicionado por el ruido social que necesita alcanzar lo antes posible su madurez para que el invitado adivine en un solo sorbo toda una vida.

Comentarios

  1. Esta super tu blog, llegue por Maria Caraotica, y esta historia me encanto...

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  2. Muchas gracias,
    he visitado el tuyo, escribes de forma tan familiar que parecia que nos conocieramos de toda la vida. Un gran saludo y muchas felicidades por todas las cosas bellas que te rodean.

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