SECRETS GOURMANDS / ORIOL SERRA NADAL
Fecha de Consumo Preferente
Hace pocos días cumplí el sexto aniversario de matrimonio. Cuando me casé lo hice no solo con mi amada esposa, también con toda su familia y especialmente con mis “suegritos”. Él zuliano y ella merideña, ambos caraqueños de adopción, son una muestra de la riqueza cultural y gastronómica de Venezuela. Por si fuera poco, mi suegra tiene la mejor sazón del país y mi esposa ha heredado el amor por los fogones.
En casa, vivo un constante contrapunteo culinario... una espuma de sofrito catalán al estilo de Ferràn Adrià con carpaccio de morcilla versus un conejo zuliano alimentado con orégano cocinado durante un día con leche de coco... todo es válido en cocina, desde las recetas centenarias de la nonna, a la aplicación inteligente de las últimas tecnologías como en el maravilloso ravioli de langostino conceptual del Shayará, sin olvidar el salmón con 5 texturas de alcachofa que prepara Carlos García en Malabar o la versión de la olleta de gallo que prepara Mercedes Oropeza... ¿el secreto de todos estos platos? Que además de estar buenísimos, emocionan por la ideología que esconden y, sin excepción, suponen un reconocimiento de la exigente selección en la calidad de la materia prima.
Desde que adquirí el título nobiliario de “el yerno catalán” en la familia de mi esposa, el debate sobre la calidad de la materia prima ha sido una constante apasionada, particularmente con mi suegro. En su despensa guarda un enorme surtido de productos en conserva, un acopio preparado para resistir dos años el asedio de Troya. He observado que esta conducta no es exclusiva en mi entorno, en general la familia venezolana ha asimilado este procedimiento motivado desde hace años por los vaivenes de la política.
Uno de mis pasatiempos favoritos en las visitas a la despensa del “suegrito” era comprobar el porcentaje de productos caducados versus productos sin caducar (si lee estas líneas no me dejará entrar otra vez en su casa), cuando el limite de lo caducado era indecente, aplicaba el código rojo: seleccionaba lo más grave (caviar alemán caducado desde 1999...) para enviarlo a la basura pero en el último momento aparecía mi esposa para recordarme que a su padre le gusta guardarlo todo y que como sheriff del condado estaba fuera de mi jurisdicción... resignado, no tenía otra opción que la del diálogo con él para lograr un cambio en las bases de su comportamiento moral.
Las respuestas, con una irónica sonrisa en los labios, me dejaban sin argumentos: “la fecha de caducidad es una obligación para los fabricantes, pero la mayoría de los productos enlatados siguen en perfecto estado años después de caducar, además me parece que están aún más buenos”, no duden que lo que quería decir era “déjame en paz, muchachito europeo”.
Después de varios intentos fallidos, aprendí a respetar cualquier criterio por muy alejado que estuviera de mis principios. En un matrimonio, con suegrito incluido, es necesario hacer concesiones. Lo más difícil fue tomar el whisky en las rocas con soda y bañar el pan de molde en Coca Cola al más puro estilo zuliano.
Este pasado mes de marzo viajé a mi tierra, en Barcelona se celebraba la Feria Alimentaria, el punto de encuentro del sector alimentario más importante del mundo. Mi misión, como importador en Venezuela, se centraba en encontrar productos innovadores bajo la premisa de alta calidad y mayor garantía posible de conservación de los atributos del alimento. En el salón dedicado a las conservas se exponía desde un queso tipo manchego enlatado con tres años de caducidad hasta lassagna ultracongelada sin gluten.
En la visita a un prestigioso fabricante de conservas del norte de España especializado en el mejor atún, el bonito del Norte, me presentaron en un bello tarro de cristal la última novedad: “Bonito del Norte Reserva de la Familia”, “Costera 2004” refiriéndose a la “cosecha”, y para terminar con esa clara asociación al mundo del vino se añade un evocador “Madurado en Bodega 12 meses”. Esto cambia la forma de comprar en el automercado, pensé, habrá gente que buscará en el anaquel un atún gran cru classé del 98 y una sardina en escabeche millesimé.
Ante la sorpresa, el jefe de mercadeo aclaraba mis dudas: “En la empresa durante años experimentamos que el atún, gracias al marinado de su conserva en aceite de oliva, mejora con los años como el vino, su textura es más jugosa, por eso ahora lo marinamos en aceite de oliva en nuestras instalaciones doce meses para que el consumidor pueda apreciar un producto más sabroso y guardarlo por más tiempo”, concluía de forma explícita, y en confianza, que “dos años después de la fecha de caducidad es cuando está más rico”.
Cerré los ojos, aflojé mi corbata, y vi a mi suegrito escondido en su habitación abriendo la lata de caviar caducada en el 99, untó unas tostadas de pan de molde de la mejor añada con mantequilla selección especial del 2001 y al primer bocado suspiró de placer: ¡estos catalanes no saben lo que es bueno!
Fecha de Consumo Preferente
Hace pocos días cumplí el sexto aniversario de matrimonio. Cuando me casé lo hice no solo con mi amada esposa, también con toda su familia y especialmente con mis “suegritos”. Él zuliano y ella merideña, ambos caraqueños de adopción, son una muestra de la riqueza cultural y gastronómica de Venezuela. Por si fuera poco, mi suegra tiene la mejor sazón del país y mi esposa ha heredado el amor por los fogones.
En casa, vivo un constante contrapunteo culinario... una espuma de sofrito catalán al estilo de Ferràn Adrià con carpaccio de morcilla versus un conejo zuliano alimentado con orégano cocinado durante un día con leche de coco... todo es válido en cocina, desde las recetas centenarias de la nonna, a la aplicación inteligente de las últimas tecnologías como en el maravilloso ravioli de langostino conceptual del Shayará, sin olvidar el salmón con 5 texturas de alcachofa que prepara Carlos García en Malabar o la versión de la olleta de gallo que prepara Mercedes Oropeza... ¿el secreto de todos estos platos? Que además de estar buenísimos, emocionan por la ideología que esconden y, sin excepción, suponen un reconocimiento de la exigente selección en la calidad de la materia prima.
Desde que adquirí el título nobiliario de “el yerno catalán” en la familia de mi esposa, el debate sobre la calidad de la materia prima ha sido una constante apasionada, particularmente con mi suegro. En su despensa guarda un enorme surtido de productos en conserva, un acopio preparado para resistir dos años el asedio de Troya. He observado que esta conducta no es exclusiva en mi entorno, en general la familia venezolana ha asimilado este procedimiento motivado desde hace años por los vaivenes de la política.
Uno de mis pasatiempos favoritos en las visitas a la despensa del “suegrito” era comprobar el porcentaje de productos caducados versus productos sin caducar (si lee estas líneas no me dejará entrar otra vez en su casa), cuando el limite de lo caducado era indecente, aplicaba el código rojo: seleccionaba lo más grave (caviar alemán caducado desde 1999...) para enviarlo a la basura pero en el último momento aparecía mi esposa para recordarme que a su padre le gusta guardarlo todo y que como sheriff del condado estaba fuera de mi jurisdicción... resignado, no tenía otra opción que la del diálogo con él para lograr un cambio en las bases de su comportamiento moral.
Las respuestas, con una irónica sonrisa en los labios, me dejaban sin argumentos: “la fecha de caducidad es una obligación para los fabricantes, pero la mayoría de los productos enlatados siguen en perfecto estado años después de caducar, además me parece que están aún más buenos”, no duden que lo que quería decir era “déjame en paz, muchachito europeo”.
Después de varios intentos fallidos, aprendí a respetar cualquier criterio por muy alejado que estuviera de mis principios. En un matrimonio, con suegrito incluido, es necesario hacer concesiones. Lo más difícil fue tomar el whisky en las rocas con soda y bañar el pan de molde en Coca Cola al más puro estilo zuliano.
Este pasado mes de marzo viajé a mi tierra, en Barcelona se celebraba la Feria Alimentaria, el punto de encuentro del sector alimentario más importante del mundo. Mi misión, como importador en Venezuela, se centraba en encontrar productos innovadores bajo la premisa de alta calidad y mayor garantía posible de conservación de los atributos del alimento. En el salón dedicado a las conservas se exponía desde un queso tipo manchego enlatado con tres años de caducidad hasta lassagna ultracongelada sin gluten.
En la visita a un prestigioso fabricante de conservas del norte de España especializado en el mejor atún, el bonito del Norte, me presentaron en un bello tarro de cristal la última novedad: “Bonito del Norte Reserva de la Familia”, “Costera 2004” refiriéndose a la “cosecha”, y para terminar con esa clara asociación al mundo del vino se añade un evocador “Madurado en Bodega 12 meses”. Esto cambia la forma de comprar en el automercado, pensé, habrá gente que buscará en el anaquel un atún gran cru classé del 98 y una sardina en escabeche millesimé.
Ante la sorpresa, el jefe de mercadeo aclaraba mis dudas: “En la empresa durante años experimentamos que el atún, gracias al marinado de su conserva en aceite de oliva, mejora con los años como el vino, su textura es más jugosa, por eso ahora lo marinamos en aceite de oliva en nuestras instalaciones doce meses para que el consumidor pueda apreciar un producto más sabroso y guardarlo por más tiempo”, concluía de forma explícita, y en confianza, que “dos años después de la fecha de caducidad es cuando está más rico”.
Cerré los ojos, aflojé mi corbata, y vi a mi suegrito escondido en su habitación abriendo la lata de caviar caducada en el 99, untó unas tostadas de pan de molde de la mejor añada con mantequilla selección especial del 2001 y al primer bocado suspiró de placer: ¡estos catalanes no saben lo que es bueno!
Tuve el inmenso placer de escucharles hablar en radio (a ti y a Sumito) y compartir acerca de la importancia de la sinceridad de los comensales cuando un chef se les acercaba a preguntar qué les había parecido tal o cual plato. Pues debo decir que si bien eso es cierto, es de lo más complicado de manejar. Lo digo más allá de la honestidad de quien expresa su comentario, de su “bagaje” culinario y de las referencias de su memoria sensitiva. Comentabas que era usual que los bilbaínos se pasearan por sus calles buscando esparcimiento, es decir algún buen txacolí, pintxos, etc....sin embargo debo decir que eso es “accesible” para muchos (más específicamente podría hablar de la media de la población) españoles, ya sean catalanes, madrileños o vascos. En cambio, son muy pocos los que pueden darse el gusto (porque jamás denominaría lujo) de pasearse por los buenos fogones, en Caracas y en Venezuela. Normalmente son una especie de “grupito” que suele frecuentar los mismos -buenos- sitios y la cosa entonces se convierte casi en una cosa “de culto”. Cuando un grupo es tan “cerrado” y “heterogéneo” (por sus posibilidades económicas, gustos compartidos, etc.) es difícil encontrar la “sinceridad”. Admito que estando en Sibaris he tenido que escuchar “necedades” del tipo: “Sumito hoy no quedó todo tan bueno como siempre, seguro sucedió porque hoy no estuviste tú en la cocina”......y él siendo sincero -a diferencia de los comensales- explicando “que en realidad Héctor –su socio- es quien realmente siempre se ha encargado de la cocina”. Mientras nuestra aproximación no sea honesta, sino frívola, será difícil encontrar comida “honesta” que satisfaga nuestros paladares. Y digo esto sin siquiera entrar en temas polémicos como que, adicionalmente debería encontrar fórmulas económicas que permitiesen que mayor cantidad de venezolanos tuviesen acceso a este maravilloso mundo de la gastronomía. Gracias a Dios por los que, como tú, pueden expresar honestamente lo que piensan.
ResponderEliminarQuerida Blanca Blanco...¿Bianchi de segundo apellido?... seria espectacular !!!
ResponderEliminarEl error histórico de un restaurante o de un/a amante es hacer una pregunta tan delicada como "que tal te pareció" por compromiso social, por llenar con palabras lo que podría ser un simple saludo cortés.
Si el interrogante planteado no nace de un deseo de conocimiento de quien pregunta, la respuesta solo puede ser satisfactoria si habita en la complacencia.
Muchas veces, cuando una comida no me satisface o mejor dicho me parece nefasta por falta de base culinaria, solo deseo pagar e irme corriendo (si el servicio ha sido educado) para no tener que perder mi tiempo en responder con franqueza a "la pregunta" que realmente no se quiere escuchar...
¿quedé decepcionado, pero en base a que ? ¿sobre la satisfacción de mi nivel de espectativa en relación a la preventa del lugar ?, ¿al precio?
cuando el lugar es de enorme prestigio y la satisfacción no es completa pienso que puedo haber sufrido una de las 30 noches en que todo sale mal en la cocina y en poco tiempo regreso.
En uno de mis lugares favoritos habré comido mas de 15 veces y solo una vez fue insatisfactoria, la décima (más o menos) me acompañó una persona que venía por primera vez al restaurante y soñaba con comer riquisimo en ese lugar... todos quedamos insatisfechos, pero para mi era un accidente en el camino, y he regresado después disfrutando como siempre, pero para la compañía de esa noche la experiencia suponía una enorme decepción y el regreso al lugar "del crimen" se hace cuesta arriba... este es el gran handicap de una profesión de tanta exigencia que no permite una noche de tristeza en el fogón...
Como decia freddy Mercury: Show must go on !!!!!!!!
blanca, entré en tu blog y te felicito.
ResponderEliminarA veces los compromisos de la vida cotidiana me alejan de mis mas profundos placeres, pero personas como tu , obligan a retomarlas.
ResponderEliminarsaludos desde mi mesa.