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Don Melchor 1990


Ayer celebramos un cumpleaños de una gran amiga. Un buen grupo, conversaciones siempre animadas e interesantes, comida especial y un par de vinos que destacaron, por un lado un español de tinta de toro o tempranillo, el Novellum 2004 de bodega Rejadorada de la D.O. Toro famosa por sus vinos potentes y carnosos... en este caso el vino había pasado por la Facultad de ciencias políticas ya que quería congraciarse con las mayorías perdiendo parte de los valores que definen a los vinos de su denominación.

Pero hubo otro toro de casta, en este caso de Cabernet Sauvignon y de la bodega Concha y Toro... solo hubiera faltado que el menú tuviera un rabo de toro para ser completamente temático... se trataba del Don Melchor 1990... para mi era la primera experiencia con un vino chileno con 17 años en la botella. Ediventemente no se trata de cualquiera, estamos hablando de un vino con una reputación y reconocimientos que lo sitúa como estandarte principal de la calidad chilena.

Hasta ayer debo reconocer que Don Melchor no había despertado en mi ni locura ni pasión... si la memoria no me traiciona, creo haber probado las añada 2000, 2002, 2003 y 2004 resultando satisfactorios, irreprochables pero en todos los casos sentía su irreverente condición juvenil, un caballo desbocado aún... que en mi intimidad me decía que no era suficiente como para hacer honor a su enorme fama.

Cuando el 1990 apareció en escena nos quedamos todos absortos, desde el primer instante cuando la nariz todavía era barriobajera... la edad quedaba demostrada en su color ladrillo, perfectamente conservado, la nariz inicialmente era un viaje al zoológico donde se fusionaba el olor a bestia salvaje, mejor dicho al olor que desprenden las jaulas de un zoo, poco a poco aparecieron perfumes florales y balsámicos que jugaban con el cuero animal... cada uno de los invitados a la mesa tuvo su propia historia que contar y eso es lo más precioso en un vino, cuando nos susurra al oido el recuerdo de nuestras memorias olvidadas... ayer Don Melchor me transportó a la jaula de los jabalis del pequeño zoo del pueblo catalán de Moià, muy cerca de donde pasaba los veranos de infancia.

Fue una noche de toreo para acabar en las fauces de un jabalí, conquistado por el Don de un viejo Don Melchor

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