Hay vivencias de infancia que se enmarcan en sucesos cotidianos que quedan almacenadas en algún lugar muy escondido de la memoria. Recuerdos que según el camino que tomemos en la vida pueden olvidarse para siempre. La memoria es selectiva e interesada y puede regresar a la vanguardia de nuestra vida en cualquier momento. Coincidiendo con el nacimiento de mi hija recuperé con fuerza las navidades de infancia, cuando en la mesa de nochebuena mi padre brindaba con el mejor champagne en una época en la que el cava todavía jugaba un papel asociado a un consumo masivo en las fiestas y con una calidad muy básica.
En aquellos tiempos mis padres viajaban siempre que tenian la oportunidad, nosotros haciamos fiesta de sus ausencias y también con sus regresos plagados de regalos infantiles de otras latitudes. Entonces los viajes no eran transoceánicos... fuera de la europa occidental no habia nada que les llamara la atención.
Entre sus viajes favoritos el Norte de Italia y el Noreste de Francia... y ese era el norte de los vinos de mi padre que descartaba los blancos germánicos y todo lo español excepto los buenos vinos de la Rioja que eran la excepción del vino peleón que dominó la península ibérica practicamente hasta finales de los ochenta.
Muchos años después he entendido que me parezco mucho más a mi padre de lo que jamás pensé y que si la vida de bon vivant me domina es por la admiración que causaba en mi esos viajes al corazón de un terruño, porque el viajaba por la espectativa de lo que sucedería en la mesa y lo que podía beber en la copa, y en segundo lugar por el impacto que causaba una catedral del centro de europa o las pinturas de Boticelli en el Ufici. No viví aquellos viajes y experiencias dentro de su vehículo hasta los 16 años. Luego, desde los 18 en adelante construí mi propia historia... y una vez que se empieza es imposible apartarse de este placer.
Si en la mesa navideña el champagne nos dominó hasta que en plena adolescencia el cava catalán empezó a alcanzar los actuales niveles de dignidad y calidad, los vinos tintos que bebiamos en los años ochenta mi padre los traía de la Borgoña, escasamente de burdeos y muy ocasionalmente del ródano. El hablaba apasionadamente de esos vinos, de los pequeños clos, de los pueblitos y de las excelencias de su cocina, los probabamos pero confieso que me parecían rarisimos, el color era demasiado pálido en relación a la potencia española, la nariz demasiadas veces me parecía putrefacta y la boca escasa, fluida. En esa niñez me divertían más los vinos de pueblo que bebiamos del porrón y sentía fascinación por las grandes etiquetas riojanas como Viña Tondonia que me parecían mucho más nobles que los emblemas descriptivos de cada domaine borgoñés.
Con el paso de los años el vino español y el catalán despegó y se modernizó, aparecieron nuevas etiquetas y denominaciones de origen por toda la península de modo que nos pusimos todos a investigar con orgullo y pasión lo que daba nuestra propia tierra. Los últimos años la amplitud de miras del vino español hizo que olvidaramos la necesidad de investigar en etiquetas foraneas. Si acaso la expeción ha sido con el Ródano que aprendí a amar después de tantos viajes para estar cerca de buenos amigos entre Lyon y Orange.
Vivir en América ha cambiado completamente este paisaje y dejé la obsesión por esa especialización en los terruños hispanos gracias a que Venezuela es un país que importa vinos de practicamente cualquier lugar donde se produzca. Chile y Argentina por las ventajas de los convenios de importación con Venezuela han copado el día a día de mi conocimiento, pero en los tres últimos años he desatado mis pasiones en el Piemonte, especialmente Barolo, y en la Borgoña. Mi amistad con Eric y Philippe de Milesimia ha tenido grandes argumentos, entre ellos la transmisión de ida y vuelta de los vinos que cada uno de nosotros representamos, de los suyos me quedé pegado a los borgoñeses, ellos de los míos, a los riojanos de Roda.
Camino por la calle pensando en el próximo pinot noir... si Santamaría decía en el SIG "cocinar, cocinar y cocinar"... yo digo "Pinot Noir, Pinot Noir y despues Pinot Noir". Entre esos cantares llega el domingo y en el SIG Le Gourmet del Tamanaco organiza la cata "Tesoros de Borgoña y Otros del mundo", reservo mi plaza y gracias a Ettore Perin que viene a buscarme a mi stand no me la pierdo.
Primero aparecen los teloneros invitados al concierto: Giaconda 2004 de Nantua Vineyard, Beechworth en Victoria, Australia. El Melville de Brewer Clifton Pinot Noir 2004, Lompoc en California, USA y el Oxenreiter riserva Pinot Nero 2002 de la zona Sud Tirol, Alto Adige de Bolzano. De los tres "extranjeros" el Melville resalta por su inquietante personalidad que recuerda la puesta en escena de Blue Velvet, aquella película de juventud de David Lynch. Giaconda marca los cánones de un pinot noir juvenil sin que aporte rasgos emocionantes y el italiano queda relegado en este primer combate.
Como en los grandes conciertos, el público ya estaba ansioso por que empezará el show borgoñés, y las dos primeras canciones las cantan dos jóvenes Grand Cru de Corton, el "Clos du Roi" Prince Florent de Merode 2003 y el Hospices de Beaune, Cuvee Dr. Preste de Méo-Camuzet 2003. El cambio de tercio es enorme y sin querer parecer un francés chauvinista no queda otra que reconocer que ahora esto si va en serio y nos sitúa definitivamente en la senda expresiva de pinot noir cuando juega en casa en alguna de las fincas de pago de las 110 denominaciones que la definen y diferencian.
Para el final queda el éxtasis vestido con el apellido Leroy y dos terruños con grandes nombres de pila, el Mazis - Chambertin Leroy 1996 y el Richebourg Domaine de la Romanee Conti 1988... un vino que para mi tiene un especial significado porque guardo celosamente en casa un ejemplar del 76 heredado y dedicado por alguien muy especial que decidí guardarlo hasta que me acompañe a la tumba.
El domingo por la noche por fin pude verbalizar lo que me sucede con los pinot noir de la borgoña cuya cédula de identidad marca unos cuantos años de vida. Me enamoro perdidamente de la experiencia completa, de su color, de sus aromas y gusto porque simbolizan el amor profundo y sereno que siento por mi esposa después de 12 años, porque no son vinos que puedan ser entendidos a los 20 años porque a esa edad aún confundiamos sexo por deporte, y el sexo por el amor.
A punto de entrar en los cuarenta me siento íntimo en mi pequeño terruño familiar después de tantas vendimias compartidas y de haber vivido con ella grandes añadas como la del 2002 o una tan reciente como la 2006 y también pequeños vinos que igualmente resultan inolvidables porque son simplemente los que como pareja hemos sabido elaborar. Después de tantas añadas, de una buena guarda en las mejores barricas del hogar, la armonía y la nobleza sublime de un gran Pinot Noir es quien mejor interpreta mis sentimientos.
Selva, Pinot Noir, Pinot Noir, y después, Pinot Noir
En aquellos tiempos mis padres viajaban siempre que tenian la oportunidad, nosotros haciamos fiesta de sus ausencias y también con sus regresos plagados de regalos infantiles de otras latitudes. Entonces los viajes no eran transoceánicos... fuera de la europa occidental no habia nada que les llamara la atención.
Entre sus viajes favoritos el Norte de Italia y el Noreste de Francia... y ese era el norte de los vinos de mi padre que descartaba los blancos germánicos y todo lo español excepto los buenos vinos de la Rioja que eran la excepción del vino peleón que dominó la península ibérica practicamente hasta finales de los ochenta.
Muchos años después he entendido que me parezco mucho más a mi padre de lo que jamás pensé y que si la vida de bon vivant me domina es por la admiración que causaba en mi esos viajes al corazón de un terruño, porque el viajaba por la espectativa de lo que sucedería en la mesa y lo que podía beber en la copa, y en segundo lugar por el impacto que causaba una catedral del centro de europa o las pinturas de Boticelli en el Ufici. No viví aquellos viajes y experiencias dentro de su vehículo hasta los 16 años. Luego, desde los 18 en adelante construí mi propia historia... y una vez que se empieza es imposible apartarse de este placer.
Si en la mesa navideña el champagne nos dominó hasta que en plena adolescencia el cava catalán empezó a alcanzar los actuales niveles de dignidad y calidad, los vinos tintos que bebiamos en los años ochenta mi padre los traía de la Borgoña, escasamente de burdeos y muy ocasionalmente del ródano. El hablaba apasionadamente de esos vinos, de los pequeños clos, de los pueblitos y de las excelencias de su cocina, los probabamos pero confieso que me parecían rarisimos, el color era demasiado pálido en relación a la potencia española, la nariz demasiadas veces me parecía putrefacta y la boca escasa, fluida. En esa niñez me divertían más los vinos de pueblo que bebiamos del porrón y sentía fascinación por las grandes etiquetas riojanas como Viña Tondonia que me parecían mucho más nobles que los emblemas descriptivos de cada domaine borgoñés.
Con el paso de los años el vino español y el catalán despegó y se modernizó, aparecieron nuevas etiquetas y denominaciones de origen por toda la península de modo que nos pusimos todos a investigar con orgullo y pasión lo que daba nuestra propia tierra. Los últimos años la amplitud de miras del vino español hizo que olvidaramos la necesidad de investigar en etiquetas foraneas. Si acaso la expeción ha sido con el Ródano que aprendí a amar después de tantos viajes para estar cerca de buenos amigos entre Lyon y Orange.
Vivir en América ha cambiado completamente este paisaje y dejé la obsesión por esa especialización en los terruños hispanos gracias a que Venezuela es un país que importa vinos de practicamente cualquier lugar donde se produzca. Chile y Argentina por las ventajas de los convenios de importación con Venezuela han copado el día a día de mi conocimiento, pero en los tres últimos años he desatado mis pasiones en el Piemonte, especialmente Barolo, y en la Borgoña. Mi amistad con Eric y Philippe de Milesimia ha tenido grandes argumentos, entre ellos la transmisión de ida y vuelta de los vinos que cada uno de nosotros representamos, de los suyos me quedé pegado a los borgoñeses, ellos de los míos, a los riojanos de Roda.
Camino por la calle pensando en el próximo pinot noir... si Santamaría decía en el SIG "cocinar, cocinar y cocinar"... yo digo "Pinot Noir, Pinot Noir y despues Pinot Noir". Entre esos cantares llega el domingo y en el SIG Le Gourmet del Tamanaco organiza la cata "Tesoros de Borgoña y Otros del mundo", reservo mi plaza y gracias a Ettore Perin que viene a buscarme a mi stand no me la pierdo.
Primero aparecen los teloneros invitados al concierto: Giaconda 2004 de Nantua Vineyard, Beechworth en Victoria, Australia. El Melville de Brewer Clifton Pinot Noir 2004, Lompoc en California, USA y el Oxenreiter riserva Pinot Nero 2002 de la zona Sud Tirol, Alto Adige de Bolzano. De los tres "extranjeros" el Melville resalta por su inquietante personalidad que recuerda la puesta en escena de Blue Velvet, aquella película de juventud de David Lynch. Giaconda marca los cánones de un pinot noir juvenil sin que aporte rasgos emocionantes y el italiano queda relegado en este primer combate.
Como en los grandes conciertos, el público ya estaba ansioso por que empezará el show borgoñés, y las dos primeras canciones las cantan dos jóvenes Grand Cru de Corton, el "Clos du Roi" Prince Florent de Merode 2003 y el Hospices de Beaune, Cuvee Dr. Preste de Méo-Camuzet 2003. El cambio de tercio es enorme y sin querer parecer un francés chauvinista no queda otra que reconocer que ahora esto si va en serio y nos sitúa definitivamente en la senda expresiva de pinot noir cuando juega en casa en alguna de las fincas de pago de las 110 denominaciones que la definen y diferencian.
Para el final queda el éxtasis vestido con el apellido Leroy y dos terruños con grandes nombres de pila, el Mazis - Chambertin Leroy 1996 y el Richebourg Domaine de la Romanee Conti 1988... un vino que para mi tiene un especial significado porque guardo celosamente en casa un ejemplar del 76 heredado y dedicado por alguien muy especial que decidí guardarlo hasta que me acompañe a la tumba.
El domingo por la noche por fin pude verbalizar lo que me sucede con los pinot noir de la borgoña cuya cédula de identidad marca unos cuantos años de vida. Me enamoro perdidamente de la experiencia completa, de su color, de sus aromas y gusto porque simbolizan el amor profundo y sereno que siento por mi esposa después de 12 años, porque no son vinos que puedan ser entendidos a los 20 años porque a esa edad aún confundiamos sexo por deporte, y el sexo por el amor.
A punto de entrar en los cuarenta me siento íntimo en mi pequeño terruño familiar después de tantas vendimias compartidas y de haber vivido con ella grandes añadas como la del 2002 o una tan reciente como la 2006 y también pequeños vinos que igualmente resultan inolvidables porque son simplemente los que como pareja hemos sabido elaborar. Después de tantas añadas, de una buena guarda en las mejores barricas del hogar, la armonía y la nobleza sublime de un gran Pinot Noir es quien mejor interpreta mis sentimientos.
Selva, Pinot Noir, Pinot Noir, y después, Pinot Noir
sAmor meu ets un mestre
ResponderEliminarDes que et conec no deixes de sorprendre'm, han passat 12 anys i assec que solament ahir estaves en aquesta bella plaça italiana invitandome a veure la teva exposició, encara que la veritat m'estava convidant a compartir la vida amb tu, em vaig enamorar de la teva fortalesa i de la pasion que li imprimeixes a tot el que fas en la vida, les teves 2 anyades 2002 / 2006 i jo som el millor exemple, mai perdis aquesta alegria que t'acompanya ets el meu alegria de l'horta i la dels teus fills, t'estimo
Sempre en el meu record
Selva María Silva D
gracies estimada per les teves paraules. Ja tinc ganes de tornar a caracas per estar amb tu i els nens.
ResponderEliminart'estimo,
Oriol