Cuando vivía en Catalunya no tenía prisa por gozar de ciertas experiencias, las tenía tan cerca que podía administrar mis pasiones bajo otros criterios como variedad de estilos, casualidades, vida social, celebraciones, etc. Ahora que soy un catalán en el extranjero cada visita a mi patria requiere de una planificación previa de lo que deseo hacer y disfrutar en esos pocos días.
No todo lo programado acaba siendo materializado, ahora que he regresado a Caracas hago un recuento de lo olvidado en la agenda. No pude visitar el santuario de la virgen de Montserrat, ni el pueblo marinero de Sitges, ni el parque Güell de Gaudí en Barcelona. No tuve opción de conocer el nuevo emplazamiento en el centro de la ciudad del histórico cocinero Carles Gaig ni las incursiones barcelonesas de Martín Berasategui, Santi Santamaría y Segi Arola en sus respectivos restaurantes de hotel... tampoco atiné a desplazarme a Sarrià para comer las patatas bravas del Tomàs y a pesar de visitar el mercado de la Boquería no reparé en parar unos minutos en el Bar Pinotxo...
La lista de goles encajados podría ser mucho más larga hasta convertir el encuentro con mi tierra en una derrota por goleada pero afortunadamente a este delantero cazagoles no le faltó el olfato para marcar por partida doble y remontar el marcador cuando parecía que el encuentro iba a concluir.
Culminé mi estancia en Catalunya con una doble sesión en los fogones de los tres hermanos Roca. En Barcelona fui a comer al Moo Restaurant del Hotel Omm del Passeig de Gràcia acompañado por mi querido amigo Carles Colell, gran maestro arrocero cuyas paellas en el Delta del Ebro no han sido igualadas. Al día siguiente para cerrar con broche de oro los 20 días que he vivido entre mesas y vinos de la península ibérica, me desplacé a la ciudad de Girona para cenar en El Celler de Can Roca.
Podrían pensar que soy un mitómano de los hermanos Roca, no es exactamente así pero confieso que soy un fanático de su cocina y de la filosofía de vida que les rodea. Para mi los tres componen la delantera más en forma de toda la geografía gastronómica catalana, codo con codo con el trio de Cala Montjoi: Juli Soler, Albert y Ferran Adrià. Dos familias, dos cocinas y dos mundos con objetivos bien distintos, con recorridos opuestos pero mucho más complementarios de lo que a priori pueda parecer.
Tercera generación de una familia dedicada a los fogones, Joan Roca alteró completamente la orientación culinaria de la saga familiar y de nuestro país para fundar al lado del Can Roca de sus padres el Celler de Can Roca de los tres hijos. Josep Roca tomó las riendas del vino y tiempo después el pequeño Jordi Roca se acoplaba a la cocina desatando su talento oculto por la pastelería.
La magia de estos tres seres humanos es la compenetración hasta unos niveles dignos de estudio. Joan, Josep y Jordi son apasionados en sus propias parcelas, muerden hasta el final de sus propios horizontes para descubrir que llegados a ese ese limbo empieza un nuevo mundo. Siguen como individuos sus propios intereses que en esta casa son obsesivos pero en algún punto del mapa de esa cocina donde detienen espacio y tiempo confluyen y se amalgaman para que la cocina, el vino y el mundo dulce se fundan en un paladar universal.... en el mundo de los Roca se alcanza la armonía como en ninguna otra mesa en la que yo haya comido...
¿ será que en la espiral de las causalidades, los Roca cocinan una fórmula que resulta la pieza del puzzle que encaja a la perfección conmigo ? evidentemente es un punto de vista egocentrista por mi parte pero un fiel reflejo de lo que me hacen sentir.
Ante mis reiteradas onomatopeyas de satisfacción, mi vecino de mesa debe creer que estoy inmerso en un delirio tremendo, afortunadamente dos mesas más allá una señora levanta la cara y con los ojos en blanco exclama de placer... me siento acompañado, miro al resto de comensales y observo como reina el silencio en cada ocasión que los camareros depositan sobre la mesa el siguiente vehículo que les transporta al extasis... puede ser que me consideren un exagerado, pero también puede ser que la mayoría intentemos comportarnos con decoro cuando comemos en grupo... el fuego corre por dentro de nuestras almas y en alguno de los platos consigue practicamente que debamos disimular el deseo de un llanto de amor... lo que jamás conseguiremos disimular es la piel de gallina ante emociones tan supremas.
pd: En próximos post retrataré los puntos culminantes de la degustación en cada uno de los restaurantes.
No todo lo programado acaba siendo materializado, ahora que he regresado a Caracas hago un recuento de lo olvidado en la agenda. No pude visitar el santuario de la virgen de Montserrat, ni el pueblo marinero de Sitges, ni el parque Güell de Gaudí en Barcelona. No tuve opción de conocer el nuevo emplazamiento en el centro de la ciudad del histórico cocinero Carles Gaig ni las incursiones barcelonesas de Martín Berasategui, Santi Santamaría y Segi Arola en sus respectivos restaurantes de hotel... tampoco atiné a desplazarme a Sarrià para comer las patatas bravas del Tomàs y a pesar de visitar el mercado de la Boquería no reparé en parar unos minutos en el Bar Pinotxo...
La lista de goles encajados podría ser mucho más larga hasta convertir el encuentro con mi tierra en una derrota por goleada pero afortunadamente a este delantero cazagoles no le faltó el olfato para marcar por partida doble y remontar el marcador cuando parecía que el encuentro iba a concluir.
Culminé mi estancia en Catalunya con una doble sesión en los fogones de los tres hermanos Roca. En Barcelona fui a comer al Moo Restaurant del Hotel Omm del Passeig de Gràcia acompañado por mi querido amigo Carles Colell, gran maestro arrocero cuyas paellas en el Delta del Ebro no han sido igualadas. Al día siguiente para cerrar con broche de oro los 20 días que he vivido entre mesas y vinos de la península ibérica, me desplacé a la ciudad de Girona para cenar en El Celler de Can Roca.
Podrían pensar que soy un mitómano de los hermanos Roca, no es exactamente así pero confieso que soy un fanático de su cocina y de la filosofía de vida que les rodea. Para mi los tres componen la delantera más en forma de toda la geografía gastronómica catalana, codo con codo con el trio de Cala Montjoi: Juli Soler, Albert y Ferran Adrià. Dos familias, dos cocinas y dos mundos con objetivos bien distintos, con recorridos opuestos pero mucho más complementarios de lo que a priori pueda parecer.
Tercera generación de una familia dedicada a los fogones, Joan Roca alteró completamente la orientación culinaria de la saga familiar y de nuestro país para fundar al lado del Can Roca de sus padres el Celler de Can Roca de los tres hijos. Josep Roca tomó las riendas del vino y tiempo después el pequeño Jordi Roca se acoplaba a la cocina desatando su talento oculto por la pastelería.
La magia de estos tres seres humanos es la compenetración hasta unos niveles dignos de estudio. Joan, Josep y Jordi son apasionados en sus propias parcelas, muerden hasta el final de sus propios horizontes para descubrir que llegados a ese ese limbo empieza un nuevo mundo. Siguen como individuos sus propios intereses que en esta casa son obsesivos pero en algún punto del mapa de esa cocina donde detienen espacio y tiempo confluyen y se amalgaman para que la cocina, el vino y el mundo dulce se fundan en un paladar universal.... en el mundo de los Roca se alcanza la armonía como en ninguna otra mesa en la que yo haya comido...
¿ será que en la espiral de las causalidades, los Roca cocinan una fórmula que resulta la pieza del puzzle que encaja a la perfección conmigo ? evidentemente es un punto de vista egocentrista por mi parte pero un fiel reflejo de lo que me hacen sentir.
Ante mis reiteradas onomatopeyas de satisfacción, mi vecino de mesa debe creer que estoy inmerso en un delirio tremendo, afortunadamente dos mesas más allá una señora levanta la cara y con los ojos en blanco exclama de placer... me siento acompañado, miro al resto de comensales y observo como reina el silencio en cada ocasión que los camareros depositan sobre la mesa el siguiente vehículo que les transporta al extasis... puede ser que me consideren un exagerado, pero también puede ser que la mayoría intentemos comportarnos con decoro cuando comemos en grupo... el fuego corre por dentro de nuestras almas y en alguno de los platos consigue practicamente que debamos disimular el deseo de un llanto de amor... lo que jamás conseguiremos disimular es la piel de gallina ante emociones tan supremas.
pd: En próximos post retrataré los puntos culminantes de la degustación en cada uno de los restaurantes.
Cuñadito, tus articulos llenan de grandes sensiones el cuerpo de quien los lee, me evocan un sin fin de emociones que nos hacen degustar, saborear,oler y sentir los platos que describes como si contigo los estuvieramos disfrutando. Definitivamente el comer debe ser un placer. Te invito a que algun dia escribas un libro tienes todas las herramientas necesarias para hacerlo y te aseguro que en ventas le ganarias a Laura Esquivel con su agua para chocolate. Que Dios te bendiga esa mente brillante.
ResponderEliminarTe quiere
Andreina (la cuñi)
Querida Andreina,
ResponderEliminarel comer es un placer y para mi escribir sobre las experiencias vividas es la forma de eternizarlas y paladearlas en la memoria.
Muchas gracias por tanto cariño y motivación. te quiero mucho
"Er cuñi"